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Maternidad y pandemia

mayo 12, 2021

Durante la pandemia por COVID-19 se han incrementado las desigualdades de género y la división tradicional de roles se ha exacerbado. Para las mujeres que son madres, la carga de trabajo ha aumentado: a la jornada laboral, que en la mayoría de los casos se realiza desde casa, se suman actividades como la preparación de los alimentos, la limpieza, y el cuidado de las y los hijos, de familiares con alguna discapacidad o de adultos mayores.

Antes de que todo se realizara desde casa, muchas mujeres ya tenían una doble o triple jornada laboral. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares del INEGI, las mujeres que se dedicaban de manera exclusiva al hogar trabajaban cerca de 58 horas a la semana;  19% de las mujeres de más de 12 años dedicaban el tiempo exclusivamente a cuidados y a trabajo del hogar; aquellas que salían de casa a realizar un trabajo remunerado dedicaban 77 horas semanales a su empleo y su casa; 15% de las mujeres de más de 12 años se dedicaban a la casa y al cuidado de otros integrantes del hogar, además de salir a trabajar, y 2% de las mujeres se dedicaban de manera exclusiva a su empleo remunerado.

La crisis sanitaria ha transformado la vida, confirmando que para lograr equilibrio en el cumplimiento de las responsabilidades laborales y las labores de cuidado y del hogar es imprescindible una modificación de los patrones culturales que mantienen los estereotipos de género fijos y en constante reproducción. Ahora, las mujeres que son mamás han enfrentado dificultades para tener un horario fijo y desconectarse del trabajo, y desempeñan diversas actividades al mismo tiempo: dan clase, cocinan, cuidan, limpian y atienden enfermedades, además de cumplir con las obligaciones derivadas de su empleo.

Si bien ya existía el reto de conciliar la vida laboral y la maternidad, desde hace un año –que todo se reconfiguró y se vive el dilema de seguir en pijama o ponerse otra ropa para cubrir todas las jornadas laborales– las mujeres que son madres se han visto obligadas a permanecer encerradas sin perder la rutina, la calma y la salud.

En un día “promedio”, la vida de una madre con el privilegio de trabajar desde casa en cuarentena es así: despierta muy temprano –después de poco y mal dormir–, hace el desayuno, dedica un par de horas a las labores de limpieza y a preparar a sus hijas e hijos para que empiecen su jornada escolar; si le da tiempo, se baña para iniciar su “home office” fresca y revitalizada. Mientras trabaja, gestiona la compra de los alimentos, atiende las necesidades de quienes viven con ella y se da tiempo para preparar el menú del día, todo ello sin perder la atención, la energía y el interés por su trabajo y las reuniones que éste trae consigo. Luego, hace una pausa para alimentar a su familia y –si le da tiempo– alimentarse, y vuelve a la jornada laboral “oficial”, mientras las demás personas juegan, descansan, se divierten. Cuando menos lo espera, el día termina, pero sus labores parecen no finalizar nunca.

La maternidad en pandemia ha traído una serie de dificultades que no se resuelven consultando un manual. Para la mayoría de las mujeres que son mamás, lo más complicado ha sido mantener una rutina, realizar las labores domésticas y el trabajo en casa simultáneamente, y encontrar formas de ser las madres divertidas e incansables que los integrantes de la familia esperan.

En busca de momentos de normalidad, han hecho todo lo posible por que las cosas funcionen como si no existiera una crisis, y en esa búsqueda las desigualdades se manifiestan con mayor crudeza. Ante la exigencia familiar, social y cultural que pesa sobre las mujeres que son mamás, brota la desesperación y el desgaste por no poder con todo, y cuando se intenta, vienen las equivocaciones, los tropiezos y la frustración.

Este tiempo de pandemia es una buena oportunidad para prestar atención a lo que siempre ha estado ahí, pero que no hemos tenido la disposición ni la entereza de afrontar y transformar: las cargas de trabajo que se depositan en las mujeres que son madres, por el sólo hecho de ser mujeres, son expresión de un cúmulo de desigualdades ancladas en estereotipos de género. Transformemos las formas de organizar las labores del hogar y de cuidados. Distribuyamos los roles de una manera más justa. Hagamos posible la corresponsabilidad para que la maternidad no sea signo de desgaste ni una forma de opresión para las mujeres.

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