Por: Regina Tamés Noriega (@reginatames)
Hace ya casi dos décadas que descubrí que congeniaba con lo que el feminismo planteaba. En ese entonces no estaba tan clara de los múltiples feminismos ni de los diversos planteamientos de cada uno. Mi descubrimiento se dio desde mi trabajo como defensora de los derechos humanos. Poco a poco empecé a darme cuenta, guiada por mujeres extraordinarias, que en esa defensa el sujeto a “proteger” era generalmente un hombre y que los instrumentos internacionales de derechos humanos a los que yo siempre recurría no habían considerado necesariamente a las mujeres, sino que se generalizaba a las personas ignorando la discriminación tan particular de la que son víctimas solo las mujeres. No cambié los derechos humanos por el feminismo. Por el contrario, los sumé –nuevamente acompañada de mujeres brillantes que me han antecedido– y resultó la combinación perfecta.
Con las recientes discusiones sobre acoso en contra de las mujeres, pero sobre todo con el contexto actual en el que viven las mujeres en nuestro país en donde las matan, las violan, las discriminan, la humillan, y muchas otras conductas que de alguna manera hemos normalizado, y no pasa nada, estoy convencida de que el feminismo cobra aún más relevancia. Me lamento y me frustra que haya tantas personas que no lo comprendan, pero que incluso se burlen de los planteamientos y lo descarten como una vía a una sociedad más democrática, igualitaria pero sobre todo que nos deje vivir más libres y felices.
Leer a Vargas Llosa en su columna dominical de El País, nos hace recordar lo lejos que parece que estamos de lograr que las mujeres seamos libres y consideradas igualmente sujetas de derecho que los hombres. Atreverse a señalar que “el más resuelto enemigo de la literatura es el feminismo… no todas, pero sí las más radicales”. ¡Vaya irresponsabilidad de un intelectual tan admirado en la región! Una muestra más de que el machismo (que no es lo mismo que el feminismo, al contrario) lo encontramos hasta en los supuestos intelectuales de más alto nivel.
Por otro lado, me he atormentado en entender ciertas posturas feministas con las que no puedo congeniar. Mi responsabilidad sin embargo es intentar entenderlas, analizarlas y complejizarlas para poder seguir pugnando por el feminismo como opción de vida y para un mejor mundo.
Mis diferencias con ciertos postulados de algunas feministas o corrientes feministas son claras ya que considero que todas y cada una de las mujeres, sin importar su estatus socioeconómico, pueden y deben poder tomar las decisiones que mejor les convengan. Menciono tres ejemplos para ilustrar estas diferencias: trabajo sexual, gestación subrogada y matrimonio adolescente. Los dos últimos temas trabajamos formalmente desde GIRE desde hace ya varios años y por nuestro trabajo hemos sido señaladas como “malas feministas”.
Y es que dado el capitalismo rampante, el patriarcado y la violencia existente, muchas feministas consideran que las mujeres, en particular las pobres, no pueden tomar decisiones libres porque todas estarán contaminadas de estos males. Sí, seguramente. Pero esta es la actual realidad y todas, en nuestros diferentes ámbitos, vemos nuestras decisiones afectadas –seguramente inconscientemente– de este aterrador contexto en el que vivimos. No ignoro estas situaciones que son una realidad, pero no encuentro justificación para decidir mermarles el derecho a las mujeres por optar por determinadas decisiones en su vida. Me aterra ver que las justificaciones se parecen tanto a las de aquellos grupos antiderechos que se han vuelto nuestros constantes enemigos.
El sexo es algo que siempre se les ha limitado a las mujeres y pensar que algunas de ellas estén dispuestas a tener sexo a cambio de dinero es considerado por muchos inmoral y hasta un abuso que podría constituir explotación. Sin duda el Estado está obligado a que las mujeres que decidan dedicarse al trabajo sexual tengan garantías de protección. No encuentro razón fundada y motivada, que no sean razones de índole moral, que lleve al Estado a pensar que la mejor vía es prohibirse el optar por esta profesión. Lo mismo pasa con la gestación subrogada en donde una mujer entra en un convenio con una o dos personas para gestar un embarazo cuyo bebé será de esas terceras personas. El Estado no debería prohibir estos arreglos, que seguirán existiendo de manera clandestina, sino velar porque exista un consentimiento informado y se salvaguarden los derechos de todas las partes.
Y finalmente, el matrimonio adolescente. Hoy en día es claro que muchas chavas y chavos deciden por diferentes razones casarse. Muy pocos por cierto porque el índice ha bajado sustancialmente en los últimos años. Estamos hablando de personas a las que durante años hemos defendido que deben ser sujetas de derechos y alejarnos de una visión adultocéntricas. Adolescentes de 15, 16 o 17 años que toman decisiones sentimentales que a muchas personas podrían parecerles equivocadas. Pero finalmente son decisiones personales, íntimas, que deberían poder tomar sin el juicio de una sociedad y mucho menos de un Estado que los sanciona. Si consideramos que el matrimonio es tan dañino ¿por qué permitirlo a partir de los 18 años?
Las decisiones que tomen las mujeres podrán o no parecernos las idóneas. Quizá hasta existe la tentación de pensar en “aconsejarlas”, decirles qué haríamos en su lugar. Pero ojo, son sus vidas y lo único que sería éticamente válido sería presentarles todas las opciones para que ellas decidan. Sólo ellas conocen sus realidades, sus contextos, las consecuencias y todo lo que conllevará esa particular decisión. No juzgarlas ni pensar que nosotras, o quien sea, tiene mayores elementos para sugerir que sus decisiones son equivocadas. ¡Eso sí sería tan poco feminista! La libertad existe dentro de estas decisiones autónomas que podrán o no gustarnos, a pesar del contexto injusto en el que actualmente viven las mujeres.