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Tenía 10 años cuando cursaba sexto de primaria. En mi último día de clases, las niñas y niños organizamos un convivio; reímos, bailamos y al final, sin planearlo, nos reunimos en círculo alrededor del salón. Hubo silencio, nuestros ojos se tornaron vidriosos y el grupo entero dejamos fluir el llanto. Evocar ese momento aún me produce nostalgia y felicidad.
El próximo 15 de marzo se cumplirá un año desde que el entonces Secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma, anunció ante la prensa la suspensión de clases presenciales en todos los niveles de educación, como medida preventiva para disminuir el impacto de propagación de la COVID-19 en el territorio nacional.
Más de 29 millones de niñas, niños y adolescentes que viven en México, sin saberlo asistieron por última vez a clases presenciales y para la gran mayoría fue también la última vez que convivieron, compartieron el recreo y hubo quien olvidó el suéter en la escuela. También fueron alrededor de 9 millones de infantes que, con gran emoción o temor, estaban a la espera de un primer día de clases que aún no llega. Además, es importante mencionar a la niñez que no irá a la escuela, porque ya la abandonó o porque nunca ingresó, esa que pese al bicho “juega” a ser adulto y trabaja diariamente para sobrevivir.
Al inicio se proyectaba una suspensión más corta, pero ahora sabemos que regresar a las aulas tomará algo de tiempo y cuando eso suceda la hora del recreo será diferente. El mundo cambió y nuestra manera de relacionarnos también. Seguimos creando nuevas formas para adaptarnos, pero ¿cómo lo han hecho nuestras niñas y niños? ¿Se habrán acortado las brechas generacionales entre el mundo adulto y la infancia?
Niñas y niños de entre 3 y 12 años, residentes de la Ciudad de México, me permitieron mirar el mundo pandémico desde sus ojos y me traje un pedacito.
Las personas más pequeñas de los hogares son el sector de la población que menos se ha quejado y en gran medida ha normalizado los cambios en su vida diaria; por ejemplo, Sofía de 9 años hizo cubrebocas para sus muñecas y los usa cuando juega con varias de ellas al mismo tiempo; mientras Jesús, de 6, ya no corre a abrazar a papá cuando llega, primero espera la desinfección para estar protegidos del tonto bicho que mata abuelitos. Ojo: menos quejas no es sinónimo de menor afectación.
Estos infantes tienen claro que no pueden salir de casa porque hay una pandemia, un bicho muriliento que se llama Coronavirus Covid que no es bueno y hay que lavarse las manos seguido con agua y jabón durando 20 segundos, tener sana distancia y si quieres salir de casa usar el cubrebocas que sólo es tuyo; sin embargo, no dimensionan que en los últimos 100 años no había pasado algo así.
En su totalidad coincidieron en que lo mejor de la pandemia es convivir más con su familia cercana y cuidarse. Disfrutan pasar más tiempo en casa y poder jugar más, aunque se mueven menos y lo hacen en soledad; desayunar con mayor calma y descansar del ajetreo diario.
Para algunxs, mamá se enoja más, mientras que para otrxs ahora es más paciente o descubrir que mamá sí sabe cocinar y su comida es deliciosa ha sido una revelación. Resalta el hecho de que hay menores que durante todo el confinamiento no se han separado de mamá y/o papá, en contraste con las niñas y los niños que pasan la mayor parte de su tiempo al cuidado de las abues u otros familiares cercanos.
A lo más malo de lo malo, las y los peques le llaman aburrimiento, no poder hacer las cosas como las hacían antes, extrañar los espacios abiertos y no poder convivir con sus pares.
La idea de no ir a la escuela y poder despertarse tarde, divertida al principio, pronto dejó de serlo, pues extrañan a sus compañerxs e incluso Lía de 10 años, ya extraña hasta al par de niñas un poco odiosas. Ahora en la escuela les dejan más tarea, hay cosas que no comprenden porque no están ahí con sus profes y sus cuidadores suelen asignarles todavía más tareas: las tareas son infinitas. Algo que descubrí es que no en todas las escuelas imparten clases en línea. Mayra de 10 años estudia en una primaria pública de la alcaldía Gustavo A. Madero, pasó a quinto y no conoce ni la voz de su maestra, sólo toma clases por la televisión y hace las guías que su profesora envía por chat. Yael de 12 años se pregunta cómo será su escuela, pues ya ingresó a la secundaria y aún no la conoce. Eso sí, ahora tiene muchos maestros. En algunos casos, sus cuidadores les hacen usar uniforme diariamente, mientras que, en otros, pueden pasar la semana en pijama.
Extrañan ir al parque y, en general, la libertad de salir. La mayoría de los peques que entrevisté salen una o dos veces al mes a actividades no recreativas, para acompañar a alguien mayor a realizar alguna actividad esencial, como Alison de 6 años, quien a veces va al tianguis con mamá o con Lía, quien en ocasiones sale a pasear al perro. Hay otros casos como el de Haziel y Angélica, ambas de 11 años, quienes salieron por última vez hace cinco y tres meses, respectivamente; el de Sol de 4 años, quien tiene claro que desde marzo de 2019 no pisa afuera de su casa o el de Max de 5 años quien recuerda que hace muuucho fue la última vez que salió. En algunos casos, las redes sociales o juegos en línea han sido un sustituto.
Muchas caritas se asombraron porque ellas y ellos tienen tantísimo que decir y con poca frecuencia se les pregunta o escucha atentamente. La vida adolescente o adulta puede ser abrumadora, pero si quieres que sea más divertida y a la vez sumar a la construcción de infancias sanas y felices, sigue estos tips: date el chance de tener una escucha activa con la versión más mini de la humanidad, ¡es emocionante! Hazlos partícipes de las decisiones; crea espacios acondicionados por y para ellxs, no tienen que ser enormes o lujosos, y usa siempre la pregunta mágica: ¿por qué? ¡Te sorprenderás con lo que sucede! ¿Tienes más tips? ¡Cuéntanos!
Por Ana Sandra Salinas, @anasandrasp
Ana Sandra es abogada, defensora de derechos humanos, agridulce y hacedora de ideas. Sus raíces son una mezcolanza entre lo michoacano y lo citadino. Forma parte del equipo de GIRE
12 marzo 2021