El hábito de la disculpa
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El hábito de la disculpa


Por Ana Sandra Salinas

Perdóname, no es el tema de este artículo, pero me parece relevante resaltar que hasta en el mundo jurídico pedir perdón es importante. La disculpa se enmarca en las medidas de satisfacción, como parte de la reparación integral, ante la vulneración de un derecho. Es importante porque implica el reconocimiento de la responsabilidad de quien ha violentado algún derecho, y se da a través de la reconstrucción de la verdad y la difusión de lo que realmente sucedió. Así, la acción de disculparse queda grabada en la memoria histórica y por sí misma contribuye a resarcir el daño causado. La disculpa tiene un valor simbólico profundo que puede traducirse como admitir que lo que pasó estuvo mal y nunca debió ocurrir.

Y más allá del quehacer jurídico, esta noción de disculpa cobra eco y se hace presente en todos los ámbitos de la vida. La disculpa en su justa dimensión dignifica, repara y en múltiples ocasiones funge como un bálsamo curativo. Pero como asomé, este texto no es sobre esas disculpas, las necesarias; sino sobre las otras: las no justas.

La idea de pedir perdón implica una sensación de culpa o de estar incomodando, y una intención o necesidad de componer o arreglar eso que está mal. Una disculpa suele generar empatía, y cuando es apropiada tiende a ser saludable. Pero si no hay nada mal, ¿por qué nos disculpamos? ¿Disculparse es siempre necesario?

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En el día a día todas las personas nos equivocamos y con frecuencia fallamos, cometemos errores; pero reconocerlos, admitirlos y a hasta aprender de ellos no siempre es sencillo. No en vano se dice que “cometer errores es de humanxs y de sabios pedir perdón”. Desde la óptica de la psicología hay mucha tela de donde cortar para comprender este fenómeno. Sin embargo, con este texto no pretendo encontrar el hilo negro, ni citar a los padres —y madres— de la psicología. Mi mirada es otra, una reflexiva bajo la lupa limonera y, no, no me disculparé por ello.

¿Has pensado en cuántas veces al día pides perdón? ¿Por qué cosas te disculpas? ¿Cuántas veces pides perdón previo a tomar la palabra? En una reunión con colegas una compañera se disculpó cuatro veces en menos de diez minutos. Llamó mi atención porque en realidad ninguna de las acciones ameritaba una disculpa, eran cuestiones ajenas a ella o cosas propias de su persona. Aunque desearía no admitirlo, confieso que me reflejé en ella, como si me encontrara frente a un espejo, y recordé aquellos escenarios en los que pedí disculpas por ser yo. Noté que lo mismo sucede en las tertulias de amigas, en las clases y hasta en el transporte o en los comentarios que circulan en las redes sociales.

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Comencé a llevar la cuenta del número de veces que las mujeres nos disculpamos por algo que en realidad no deberíamos siquiera sentirnos mal. Los apabullantes resultados me llevaron a cuestionarme si en verdad nos equivocamos tanto; pero lo más sorprendente fue que en todos los foros el constante perdón de las mujeres es bien recibido y, me atrevo a decir, esperado. Como si de una norma social se tratase, se nos enseña que ofrecer disculpas es parte de las reglas no escritas, esas reglas mínimas esperadas para conservar las buenas formas, y no hacerlo es motivo de señalamiento.

Perdón, reitero que no es el tema, pero no pude evitar pensar en el ámbito jurídico y en el largo camino del litigio para obtener una disculpa pública; en contraste con la naturalidad con la que, a nosotras, la misma acción nos es solicitada, tanto en la esfera pública como privada. Me pregunto: ¿será que las mujeres tenemos inserto el chip de la disculpa?, ¿será que está en nuestra naturaleza? Lo siento, quise decir, ¿será que está en nuestra historia y cultura? Porque la biología nada tiene que ver aquí.

Perdón, sé que estoy haciendo un uso excesivo de algunas palabras y eso puede ser incorrecto, pero es muy necesario. Las mujeres nos disculpamos por nuestras decisiones, saberes y sentires, y por nuestras ausencias en sitios que nos incomodan; pedimos perdón por ocupar espacios y territorios que nos pertenecen, incluido nuestro cuerpo; por nuestras heridas no autoinfligidas, por no encajar en moldes que nos son impropios. Nos disculpamos por hablar y también por callar, por equivocarnos al ser incapaces de adivinar lo que otrx quiere; nos disculpamos por pena ajena, por los errores de otrxs y para no incomodar; con preocupante y normalizada frecuencia nos disculpamos por ser nosotras mismas.

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Lo que nombramos existe. El lenguaje puede liberarnos u oprimirnos. La disculpa es un hábito feminizado que, a través del lenguaje como un vestigio del mundo heteronormado, refuerza las desigualdades y estereotipos basados en el género, atenta contra nuestra autonomía y nos inferioriza. Repensar y transformar nuestro lenguaje no es una nimiedad; es, cuando menos, una tarea justa y obligada en la construcción de nuestra autonomía y nuestras libertades. En lo particular, una de mis aspiraciones es poder desprenderme por completo de ese hábito de la disculpa, del hábito de pedir perdón innecesariamente.

Perdón, perdón, quizá debería guardarme mis palabras para pensarlas mientras hago algo de provecho, pero mi consejo es: escucha tu voz interior y haz lo que quieras, incluso cortarte el fleco tú misma porque el cabello es sólo cabello, crecerá de nuevo y si no siempre habrá pelucas. Sólo no te disculpes por ser tú y la próxima vez que vayas al mercado cuestiónate antes de decir: “Perdón, ¿a cuánto el kilo de limones?”.


Por Ana Sandra Salinas, @anasandrasp

 

 

 

 

 

 

 

 

Ana Sandra es abogada, defensora de derechos humanos, agridulce y hacedora de ideas. Sus raíces son una mezcolanza entre lo michoacano y lo citadino. Forma parte del equipo de GIRE


2 diciembre 2021


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