Kamala y el fin del mundo
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Kamala y el fin del mundo


Lo recuerdo perfectamente: faltaban unos minutos para la media noche entre el primer lunes y martes de noviembre de 2016. Nieves (mi pareja) y yo nos alistábamos para dormir, y entre las últimas conversaciones que acostumbramos tener al borde de la cama, cuando estamos por acostarnos, le dije “mañana será un día histórico: la nación más poderosa elegirá como Presidenta por primera vez a una mujer… —y luego de una breve pausa añadí, intentando restarle solemnidad a mis anticlimáticas últimas palabras del día— …o bien, será el fin del mundo”. Respondió a mi profecía con un “¡Qué miedo!”, pero igual dormimos plácida y egoístamente.

 

La mayor parte del día siguiente transcurrió con la rutinaria normalidad de un martes cualquiera, hasta que alrededor de las 10 de la noche —entre episodios de alguna serie en Netflix— decidí que era buen momento para entrar a Twitter. Buscaba las últimas noticias sobre los primeros conteos de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, así como algunas postales de la histórica jornada.

Di con un enlace al sitio especial creado por el New York Times, quienes habían ingeniado un “medidor” (similar al que indica el nivel de gasolina en un automóvil) en el que la aguja se inclinaría para la izquierda o la derecha representando en porcentajes las probabilidades que tenía cada candidato(a) de ganar la presidencia, conforme iban llegando los primeros conteos. Además, mientras la aguja se inclinase hacia la izquierda se iría pintando de azul; si se dirigía a la derecha se colorearía de rojo, como cuando algo está a punto de estallar catastróficamente.

 

Eran las 22:47 horas del martes 8 de noviembre de 2016, y el medidor del NYT apuntaba el 99 (por ciento), estaba completamente en rojo. No podía ser, se había descompuesto o lo estaba interpretando mal. Creo que incluso le di un golpecito con el dedo a la pantalla de mi teléfono esperando destrabar la aguja, como hacen en las películas.

 

¡Y funcionó! La aguja se movió… al 100%. El New York Times estaba anunciando que Donald Trump había sido electo como el 45° Presidente de los Estados Unidos. No lloramos (como sí lo haría Melania esa noche), pero Nieves y yo palidecimos. ¿En qué maldito universo paralelo nos encontrábamos en el cual Hillary había perdido la elección? ¿Cómo era posible que una botarga anaranjada con cabellera de santo viejo de iglesia franciscana, misógino y racista, fuera a convertirse en el ser humano más poderoso del mundo? ¡Vaya! Ni siquiera deberían permitirle la entrada a un restaurante de comida rápida ¿y ahora tenía las llaves de la Casa Blanca?

Han pasado 3 años, 10 meses y 9 días desde entonces y sigo preguntándome cómo es que la democracia más antigua y consolidada del mundo (240 años cumplidos en el 2016) culminó con Donald Trump en el Despacho Oval. Casi cuatro desastrosos años (que se sienten como si fueran casi 25) durante los cuales, sumido en el pesimismo, sólo había vislumbrado señales del apocalipsis venidero. Hasta que hace poco tuve una “epifanía”.

 

Ocurriría también un martes, el 11 de agosto de 2020: el virtual candidato del Partido Demócrata a la presidencia de los EE.UU, Joe Biden, anunciaba oficialmente que la senadora Kamala Harris (quien había competido brillantemente contra él por la candidatura de los demócratas) sería su compañera de fórmula como candidata a la vicepresidencia.

Tal vez la figura de la vicepresidencia nos resulte un tanto extraña en México. El último vicepresidente que tuvimos fue José María Pino Suárez, tristemente célebre por haber sido asesinado junto al presidente Madero durante la Revolución Mexicana, pero desde antes no era una figura política relevante para nuestra historia. El caso de Estados Unidos es muy diferente, pues tan sólo en el último siglo cuatro vicepresidentes (Coolidge, Truman, Johnson y Ford) asumieron el máximo cargo porque el presidente en turno (Harding, Roosevelt, Kennedy y Nixon) no pudo continuar con su mandato.

 

Evidentemente, cuando algo le ha sucedido al presidente de los EE.UU, el vicepresidente se ha vuelto trascendental, pero descontando esos cuatro excepcionales casos, esta figura suele pasar mayormente desapercibida. Excepto cada cuatro años cuando tienen que hacer campaña junto al candidato a la presidencia convirtiéndose en una herramienta electoral.

La candidatura a la Vicepresidencia de los EE.UU. siempre ha sido utilizada por los partidos políticos como una estrategia electoral más para conquistar la Presidencia. Generalmente eligen a un candidato que “aporte” votos en alguno de los estados en los que el candidato presidencial es débil (por ejemplo, JFK eligió como candidato a la vicepresidencia a Lyndon B. Johnson por su popularidad en Texas y otros estados sureños) o bien, para “equilibrar” la imagen del posible presidente ante la opinión pública (Barack Obama eligió a Joe Biden, hombre blanco de mayor edad, para compensar su juventud y su color de piel). O el mismísimo Mike Pence, cuya homofobia, transfobia y misoginia disfrazadas de cristianismo harían lucir “decente” a Trump ante los ojos del electorado evangélico.

 

A Kamala Harris (mujer, afroamericana, de California) ahora la acusan de lo mismo: ser una “estrategia” electoral para allegarse del voto de las mujeres, de las minorías afroamericanas y migrantes. Pero no tiene sentido, por múltiples razones, de las cuales destaco tres.

Primero, la idea de elegir a una mujer como candidata no ha resultado en el pasado; ya en dos ocasiones (1984 y 2012) demócratas y republicanos lo intentaron, pero en ambos casos las apuestas sufrieron derrotas contundentes. Segundo, el ser afroamericana no le representa a Biden ventaja alguna; más de 90% de la población afroamericana lo respaldaba antes de que Kamala apareciera en la boleta. Tercero, porque el Estado de California es decididamente demócrata; Biden ganaría en ese estado con y sin Kamala.

¿Por qué Biden seleccionó a Kamala Harris para que le acompañara en la boleta? Bueno, creo que ni siquiera sería preciso decir que Biden la “eligió”; simplemente no tuvo opción. Kamala concentra y es la mejor expresión política de una vibrante y mayoritaria nueva generación del electorado norteamericano: no sólo es mujer, es feminista. No sólo es afroamericana, ofrece una renovada y amplia comprensión de lo que debe ser el acceso a la justicia para las minorías. Repetir su brillante trayectoria, preparación y capacidad es innecesario.

Creo que aquella noche de noviembre de 2016, cuando al acostarme profetizaba que la elección de Trump significaría “el fin del mundo” sin duda exageraba, pero no estaba tan errado. Con el final de su gobierno se acabará el mundo… como lo conocíamos. La elección de Kamala como vicepresidenta puede ser el inicio de una nueva era que conduzca a la nación más poderosa del mundo a elegir a su primera presidenta en 2024.

«Hasta aquí mi reporte, Joaquín.”

Por Paco Cué, @PacoCue 

Paco es politólogo por la UNAM. Le cuesta diferenciar de qué puede reírse y de qué no. Se siente muy orgulloso de formar parte del equipo de GIRE.


17 septiembre 2020


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