Tranquilízate, pecas, nada más voy un rato a TikTok a desestresarme, no va a pasar nada, voy a regresar intacto, limpio…
Video tras video, bailes, grwm’s, storytimes y perritos haciendo cosas graciosas. Así pasaba las últimas horas del día tratando de desconectarme de los pendientes, pero algo me hizo detener el movimiento hacia arriba que mi dedo parece hacer ya en automático.
@3lizabeth_rg
“Cuando tiene tanta energía masculina que me permite apagar mi cerebro y ser una inservible”
¿Energía queeeé?
@mar.y.mich Te dedico este video #novios #noviostiktok #noviostiktok
“Aunque has sido una mujer que siempre dice ‘yo puedo sola’, finalmente permites que tu lado femenino florezca”
¿Cómo? ¿Qué te florece? ¿Son los años 50 o por qué estamos tan cómodos haciendo afirmaciones con estereotipos de género?
Más de dos millones de personas los han visto y al menos 300 mil les han dado like a estos discursos retrógradas y machistas que creíamos ya desechados; pero nada más lejos de la realidad. Solo cambiaron de presentación, se han adaptado al mundo de lo aesthetic, new age, espiritual y lo más peligroso, a este mundo viral y globalizado.
Alarmantes discursos conservadores se han colado en nuestras plataformas digitales y han tenido un importante auge en el último par de años. No hay a dónde correr, han tomado nuestros espacios de entretenimiento para reproducir discursos antiderechos, en contra de la autonomía de las mujeres, del reconocimiento de las comunidades LGBT, del ejercicio de los derechos de personas migrantes y más…
Hoy prestaremos especial atención a la red social que está en su prime, TikTok.
Videos cortos, algoritmo que individualiza el contenido de acuerdo a los intereses de cada usuario, tendencias efímeras, libre uso de música popular, contenido espontáneo sin necesidad de grandes producciones. TikTok encontró la receta para la viralidad.
También ha simplificado la manera en la que consumimos contenido y ha reunido en una sola plataforma funciones que estaban diversificadas en otras redes.
Pasamos de:
El éxito de TikTok tuvo su despegue durante la pandemia por covid-19. Mientras no podíamos salir de casa encontramos en este espacio digital la socialización que nos fue arrebatada. En cuestión de meses superó a Facebook en descargas y hoy en día, a cinco años de este boom, se mantiene como una de las aplicaciones más utilizadas en el mundo.
Su popularidad va pa’ largo. Al día se suben más de 11 millones de videos y actualmente hay una comunidad de 1,600 millones de personas en todo el mundo. México, como siempre listo para el desorden, ocupa el cuarto lugar a nivel mundial con 74 millones de usuarios. En la escuela, trabajo, transporte y hasta en el baño; al despertar y antes de dormir, pasamos en promedio 2.6 horas al día, aunque sabemos que puede ser mucho más.
Aunque inició con lipsyncs y bailes que eran motivo de burla para muchos, la plataforma se convirtió en una herramienta para expresar demandas sociales de las nuevas generaciones que no tenían espacio en los medios monopolizados tradicionales. Los videos se inundaron de causas y posturas políticas, se empezaron a evidenciar injusticias, a entablar conversaciones de temas tabú, a crear comunidades, a difundir información de valor y sobre todo a organizar movilizaciones. Grandes audiencias y carnita fresca. Los viejos conservadores entonces voltearon a ver a TikTok.
La simplificación de conceptos y la reducción de acontecimientos sociales y políticos a tendencias efímeras han sido clave para articular algunos ideales conservadores en videos de un minuto. En ellos tratan de afianzar la heteronorma, reforzar el binarismo del género y mantener a flote el amor romántico para promocionar los valores tradicionales: la familia, los roles de género, la división de la vida política y pública. Mujeres sumisas, relegadas a su hogar, ocupándose de la crianza y las labores domésticas. Hombres líderes, proveedores económicos y jefes de familia. Las narrativas antiderechos migraron de la televisión a nuestros teléfonos.
Acompañados de productos culturales se promueven valores conservadores a través de contenido lifestyle, vestimentas modestas como el famoso old money y maquillajes naturales como el clean look.
No es casualidad que de un día para otro el algoritmo nos aviente videos que romantizan a las mujeres haciendo labores del hogar y crianza en escenarios dramatizados: las trad wives.
O videos donde se reproducen discursos que infantilizan a las mujeres y las despojan de su capacidad de razonamiento en situaciones comunes de la adultez: I’m just a girl y Girl math.
Alientan a las mujeres a metas aspiracionales para convertirse en “mujeres de valor” y formar una “familia tradicional panista” con un “hombre que resuelva”.
En temas espirituales recomiendan “no compartir tu energía sexual con cualquiera”, piden a gritos el celibato. Además promueven métodos para reconectar con tu “energía femenina”, a ser más pasional, sensible, dócil, servicial. O con tu “energía masculina”, a ser más analítico, racional, competitivo.
No es solo una moda, no es solo un trend.
La sed de viralidad nos ha llevado a repetir mensajes sin analizar el contenido, a subirnos a tendencias antes de que expiren, a generar vistas y likes. Y aunque todas estas manifestaciones parezcan inofensivas y pasajeras, son una expresión de una tendencia política mundial que se ha inclinado peligrosamente a los ideales conservadores. En países como Brasil y Argentina, candidatos abiertamente antiderechos han ganado elecciones en los últimos años. El ejemplo más reciente es el regreso de Trump al gobierno de Estados Unidos.
La ultraderecha nos está respirando en la nuca y no nos sorprende que se resistan al avance en el reconocimiento de derechos humanos, al pluralismo y la democracia. Pues estos principios los despojan de los privilegios que han mantenido por siglos. Harán lo necesario para frenar el cambio, para mantener a sus simpatizantes y alinear a quienes se oponen a sus ideales.
Este último grupo, representado por las juventudes que se alejaron de las estructuras partidistas, y la transición digital, inundaron nuevos espacios para luchar por sus causas. Hace diez años podíamos presumir que éramos el relevo generacional progresista: feministas ocupando las calles en Chile y Argentina para exigir sus derechos, jóvenes encabezando manifestaciones por el cambio climático, movilizaciones en contra del maltrato animal, marchas por la visibilización y reconocimiento de las diversas identidades y preferencias sexuales…
¿Y luego? Pues resulta que siempre no. Las movilizaciones de izquierda se vieron afectadas por la falta de certeza producto de un contexto de constante cambio, de crisis políticas, económicas y sanitarias. Las generaciones más jóvenes ya no son tan progresistas.
Es sorprendente ver la cantidad de hombres jóvenes que piensan que la igualdad de género discrimina a los hombres, el número asciende a 6 de cada 10, incluso más que los baby boomers. Sí, la generación de nuestros abuelos a los que les hacíamos burla por tener pensamientos rancios.
En México hay morros entre 16 y 26 años siguiendo a personajes abiertamente misóginos como “El Temach” y han salido de las redes para reunirse en espacios públicos y defender sus discursos de odio contra las mujeres. Los feminicidios y agresiones hacia las mujeres siguen en aumento, y la respuesta de las audiencias continúan señalando y juzgando a las víctimas.
Las mujeres siguen sin ser dueñas de su cuerpo, los congresos se resisten a la despenalización del aborto y los derechos ganados están en riesgo latente de ir en reversa. A finales del año pasado en Aguascalientes se redujo el plazo legal para abortar, de 12 a 6 semanas. Una burla.
Ya regresé, pecas, no recomiendo hacer esto. Es muy extremo.
Todo esto es solo una pizca. Hay también preocupantes avances de discursos racistas, clasistas, xenófobos y más.
Esta es una invitación a no bajar la guardia, a cuestionar constantemente el contenido que consumimos y a usar las plataformas para informar e impulsar nuestras causas. Hemos hecho de las redes sociales espacios para expresarnos, visibilizar diversas violencias que vivimos, crear redes de apoyo, acompañarnos y es momento de defenderlas.
Ana es comunicóloga, feminista y miope. Su obsesión por los legos y los rompecabezas la ha llevado a buscar las piezas para darle propósito a su vida. No las ha encontrado.