El julio pasado se estrenó la segunda película de la directora coreana-candiense Celine Song: Materialists, titulada en español Amores Materialistas. Lo que en un inicio parecía un nombre provocador para una comedia romántica terminó convirtiéndose en el debate principal entre sus espectadores. Las críticas tanto a favor como en contra se han concentrado en lo que el mismo filme buscó manifestar: la idealización de las personas a partir de su valor, el cual está determinado por su posición dentro del mercado del amor. Aunque la cinta explora una diversidad de temas, pareciera que somos víctimas y victimarios de aquello que Celine Song retrató con suma ironía.
Pocas romcoms han generado tanta controversia en internet como este largometraje. Las discusiones han sido diversas, desde la relación que hay entre el amor y la movilidad social hasta la mercantilización de la identidad en contextos eróticos. Sin embargo, quisimos concentrarnos en una que destaca por su polarización en redes; el broke-man propaganda (propaganda de hombres pobres) frente a la creencia de que “el amor lo puede todo”. En este texto no pretendemos tomar un bando, sino detenernos a pensar qué refleja de nuestra contemporaneidad el que esta dualidad haya acaparado casi toda la conversación. Esto es: ¿qué se invisibiliza y qué se da por sentado cuando se ubica el nodo problemático de la película únicamente en esta dicotomía?
Dentro del álgido debate, por una parte, están quienes consideran que Amores Materialistas es una apología encubierta sobre el típico hombre mediocre, que ignora por completo la realidad material en la que no se puede —literalmente— vivir de amor. Por otra parte, están quienes la defienden por representar al amor como esa fuerza irracional que nos hace tomar decisiones por fuera de las lógicas materialistas y capitalistas. Así, la trama abandonó su tono crítico sobre la frivolidad del amor contemporáneo y se convirtió en el relato de una mujer enfrentada a la elección por el mejor postor, el hombre “adecuado”.
Muchas son las historias que se han contado alrededor de este tropo, hay desde novelas de amor del siglo XIX hasta comedias románticas actuales —incluyendo las telenovelas— que comparten estructuras narrativas similares. Para las mujeres se trata de elegir entre el amor por sobre todas las cosas o al buen esposo que garantice un techo y un plato de comida; entre conversaciones casuales se le llama “casarse bien”. En su contraparte, los varones se debaten entre perseguir su deseo por el amor más puro o proteger su legado económico. Pensemos, por ejemplo, en el clásico Orgullo y Prejuicio de Jane Austen: el amor de Darcy triunfa por sobre cualquier cálculo económico que podría haberlo llevado a elegir a otra mujer que no fuera Elizabeth Bennet, perteneciente a una clase inferior. Pero la historia nos cuenta otra cosa: el amor, la atracción, el “you have bewitched me, body and soul” (me has hechizado, en cuerpo y alma) es el verdadero impulso de la vida; el corazón palpitante de Darcy fue el que lo hizo tomar una decisión.
No obstante, Amores Materialistas nos ubica en un mundo contemporáneo, uno en el que las mujeres también facturan, inclusive más que algunos hombres dentro del universo de la película y, aun así, insistimos en mirarla con los mismos lentes. Pareciera que lo que más nos incomoda es la duda de si Luzy “se casará bien”, pero en esa inquietud caemos en una trampa; velamos nuestras narrativas sobre el amor de pareja. Theodor Adorno y Max Horkheimer nos dicen en su ensayo La industria cultural. Ilustración como engaño de masas: “Cuanto más completa e integralmente las técnicas cinematográficas dupliquen los objetos empíricos, tanto más fácil se logra hoy la ilusión de creer que el mundo exterior es la simple prolongación del que se conoce en el cine”. Esto es: cuanto más real parece el cine, más fácilmente confundimos sus relatos con nuestras propias vidas. Por tanto, sostenemos que este debate habla más sobre la perspectiva de sus espectadores que sobre las decisiones de Luzy.
A ello se suma que esta concepción del amor de pareja, repetida sin pausa desde la modernidad hasta nuestra contemporaneidad, parece volvernos miopes frente a otras experiencias vitales que atraviesa la protagonista. La idea del amor como fuente de iluminación —ya sea del sentido de la vida o del futuro material de las mujeres— sigue relegando e invisibilizando narrativas centrales que, como evidencia este debate, terminan reducidas a un papel accesorio. Al margen de la publicidad, es nuestra propia lectura de la película la que nos impide situar la experiencia de Luzy más allá de su decisión entre dos hombres que encarnan, cada uno, concepciones hegemónicas del amor romántico. Este marco interpretativo incluso nos vuelve sordes a aquello que la película repite con insistencia: “el amor, como la comida o el aire, es necesario, pero insuficiente: no puede hacer por nosotros lo que debemos hacer por nosotros mismos” —como advierte Vivian Gornick en El fin de la novela de amor.
Nos volvemos incapaces de formular preguntas como: ¿Por qué Luzy no cuenta con amigas, a quienes acudir en busca de contención frente a lo que atraviesa? ¿Por qué la única relación íntima que mantiene con otra mujer está mediada por la dimensión transaccional del trabajo? Y ¿por qué la falta de apoyo de ambos hombres ante una situación tan común en el mundo de las citas —la violencia sexual— no es considerada un elemento decisivo en la narrativa? Resulta inquietante que Luzy sea representada como alguien que transita su vida en absoluta soledad y que esta circunstancia quede eclipsada por la promesa de compañía de una pareja. Brilla por su ausencia una tercera opción, aparentemente impensable desde la lógica del amor romántico que seguimos reproduciendo: que Luzy no elija a ninguno.
La pregunta no es por qué la película no nos representa, sino por qué, a pesar de hacerlo, no parecemos capaces de nombrarlo. Nuestra hipótesis es: el marco del amor romántico heteronormado impide hablar de ello. Esto es, el amor de pareja, en su dimensión contractual o romántica, sigue estando revestida de un aura que lo aleja de temas como la soledad —más allá del vínculo romántico—, las redes de afecto, el cuidado colectivo y la violencia. En palabras de Vivian Gornick:
“(…) creíamos lo que creíamos porque un siglo y medio antes, en Occidente, la idea del amor romántico había sido el emblema de la búsqueda de la comprensión personal: una influencia que marcaba todos los aspectos de la misión del mundo”.
Irékani (@irekerii) y Mar (@fi1igrana) son amixes que gustan de discutir la película del momento y compartirse canciones. Admiradores de Vivian Gornick y detractores de la poesía en voz alta. Mar de día pide un americano bien cargado y de noche vodka soda, e Iki un café con leche y una micheladita.