Somos un blog con harto limón y feminismo. Nuestros temas favoritos son autocuidado, diversidad, menstruación, maternidad, infancias, amor romántico, política, derechos reproductivos y mucho más. ¡Ponle limón a tus días leyendo nuestras publicaciones!
La idea de la cocina como un espacio femenino se fue forjando desde hace tanto tiempo que aún hoy día nos cuesta trabajo pensar en un hombre que entra a la cocina, no para ganar fama como chef, sino para cuidar a los suyos haciendo la comida del día a día.
Algunas de nuestras madres o nosotras mismas nos hemos revelado hacia el deber impuesto de la cocina y reivindicamos nuestro derecho a decidir cuál es el espacio que queremos ocupar. Quizá desdeñamos las recetas familiares o simplemente fijamos nuestra postura con un “a mí se me quema hasta el agua”. Decidimos no cocinar, pero seguimos comiendo algo hecho, muy probablemente, por otra mujer.
Durante estos meses de confinamiento las circunstancias han cambiado. Estamos en casa, el espacio íntimo nos ha sido devuelto con un montón de vicisitudes que no teníamos en cuenta como el hecho de que para comer hay que cocinar, y resulta que tenemos que hacerlo, al menos, tres veces al día. Así que entramos a la cocina con mayor o menor entusiasmo. Algunos nos pusimos a explorar nuevas recetas, normalmente llenas de carbohidratos en los que buscamos calmar la incertidumbre generada por el confinamiento. Quizás ese ímpetu culinario te llevó a hacer pan por primera vez, a sacar los cacharros del horno y prenderlo después de mucho tiempo, a buscar la receta de tortillas de harina de tu mamá, a preparar postres con euforia hasta que la angustia del botonazo te detuvo. Además, hay que trabajar, quizá cuidar de alguien, mantener la cabeza en su lugar y los días siguen teniendo sólo 24 horas… fuimos perdiendo el fervor y comenzó a aparecer el horrendo tedio con sus molestas preguntas: ¿qué vamos a comer?, ¿qué compro?, ¿cómo le hago para que no se eche a perder?
De entre todas las formas que toman los cuidados, cocinar trae consigo una buena cantidad de placer. Enlaza el autocuidado y el cuidado de los nuestros con el del entorno. Con lo que consumimos creamos el mundo y es por eso que damos tanta lata con el asunto del consumo local y responsable. Si logras hacer tus compras con una vecina, en el mercado local, incluso en la tiendita de la esquina antes de recurrir a las grandes cadenas estarás apoyando a la economía local y al medio ambiente, pero también estarás ganando en frescura y sabores. No me crean, pero pueden intentarlo.
No tengo recetas mágicas, ni les venderé una máquina increíble que resuelve cada una de sus comidas. Más bien creo que es momento de recordar a las mujeres de nuestras familias que nos han alimentado.
Cuando era pequeña me daba risa oír que mis tías y abuelas platicaban de lo que cocinarían para la comida durante el café del desayuno en la sobremesa de la comida se preguntaban qué cenarían y, quizá por ahí del jueves, había que planear la comida del fin de semana que siempre traía un sonar más festivo. Pronto entendí que no era porque no tuvieran otra cosa que hacer, sino porque la cocina es un proceso continuo. Así que el primer consejo que puedo darles es: cocinen todo el tiempo, aunque no estén cocinando.
Hagan la compra semanal. No es necesario definir el menú específico, a menos que eso prefieran, pero sí pueden pensar:
Es indispensable repartir los días de cocinar entre los adultos de la casa: si todos comemos, todos cocinamos. Y sí, los niños pueden hacer mucho en la cocina sin importar su edad, desde pelar los chícharos hasta picar verduras, solo necesitan guía y paciencia, y tú ganarás dos manitas y un nuevo espacio de convivencia.
Puedes dejar un día de la semana sin planear para hacer la famosa “limpia de corrales” donde calientas todo lo que te sobró de la semana y haces buffet.
Digamos que lo lograste, compraste todo lo que necesitarás durante la semana. Viene el horrible momento de recibir la compra y ¡lavarlo todo! Organiza esta actividad para un solo día de la semana: haz una tinaja de agua con jabón a donde irán a parar todas las frutas y verduras de cáscara gruesa, las de cáscara delgada es mejor no ponerles jabón sino remojarlas en yodo (léase: gotitas para desinfectar). Asegúrate de enjuagar y secar. Yo he encontrado que este es un buen momento para escuchar un podcast o para hacer una video llamada con alguna amiga.
Guarda en el refrigerador las frutas y verduras con cáscara más delgada, lo que tiene cáscara gruesa puede ir afuera, aunque todo aguanta más dentro, y no, los plátanos nunca se guardan en el refri porque se queman.
Porciona las carnes en bolsas y congela todo excepto lo que vayas a consumir al otro día. Recuerda durante el café del desayuno descongelar lo que vayas a comer cada día.
Un tip para planear el consumo de la compra es primero consumir lo que tiene más agua: primero la sandía, después la papaya. Primero los hongos, luego las papas. Aunque siempre debes considerar el grado de maduración.
Otro día de la semana limpia un kilo de leguminosas (puede ser una actividad familiar), remójalos durante la noche y, con el café del desayuno, ponlos a cocer. Luego de enfriarlos divídelos y congela. Esa olla de lentejas te puede dar para hacer una sopa, unas tortitas y un arroz con lentejas.
Cocinar todo el tiempo, hasta cuando no cocinamos significa: remojar, dejar cocer a fuego lento, dejar que leve la masa, fermentar, reconocer esos procesos que no necesitan de toda nuestra atención. Basta con poner un recordatorio y dejar que los ingredientes trabajen.
En esos pequeños descansos del home office puedes ir preparando cosas que vas a necesitar más tarde: picar verduras, poner a cocer algo, lavar el arroz. Esas preparaciones agilizarán el proceso. Cocinar nos puede dar espacio mental para concentrarnos sólo en lo que está sucediendo, observar los ingredientes y su transformación puede ser una buena práctica para desbloquearnos o simplemente para descansar los ojos y el tren de pensamiento.
Cada tanto haz un fondo de verduras. Pon a cocer a fuego muy lento: una cebolla partida, 3 dientes de ajo, un trozo de poro, 2 zanahorias y 3 ramas de apio, sal en dos litros de agua. Es perfecto para dejarlo cocer mientras tienes una reunión larga (solo no olvides apagarle después de 3 o 4 horas). Cuando esté frío puedes congelarlo en una charola de hielos grandes o en pequeñas bolsas. Sirve perfecto para sopas, cremas, guisados y cualquier tipo de salsa.
Hoy día, podemos volver al hogar, el espacio más íntimo de la vivienda y encontrar cierta tranquilidad. Quizás al pelar las papas, picar la cebolla o revolver el guiso nos alejamos por un momento de la pandemia y todas sus repercusiones. Podemos enfocarnos en el momento presente, la oportunidad de sólo hacer eso: pelar la papa, llorar con la cebolla o revolver el guiso y dejar que las ideas vayan o vengan en cada vuelta de cuchara.
Por Cecilia Rodriguez L., @qkiss
Cecilia es comunicóloga, ama cocinar y darle la vuelta a las cosas para ver de qué están hechas.
9 julio 2020