Somos un blog con harto limón y feminismo. Nuestros temas favoritos son autocuidado, diversidad, menstruación, maternidad, infancias, amor romántico, política, derechos reproductivos y mucho más. ¡Ponle limón a tus días leyendo nuestras publicaciones!
“Mamá… ¿Puede también un hombre convertirse en canciller?”, preguntaba un niño de apenas seis años en Alemania. Algunas fuentes la refieren como anécdota, otras como una broma. Si yo supiera alemán seguramente habría encontrado un meme. No importa. Resume a la perfección el que posiblemente será uno de sus mayores legados: nadie piensa que un hombre lo hubiera hecho mejor.
Se dice fácil, pero Angela Merkel estuvo democráticamente al frente del gobierno alemán durante 16 años desde que ocupó el cargo por primera vez en 2005. Sobrevivió en el poder a cinco primeros ministros británicos, cuatro presidentes estadounidenses, tres presidentes españoles y a ocho italianos. Asumió el cargo cuando acá aún teníamos en Los Pinos a Vicente Fox. La revista Forbes la ha considerado “la mujer más poderosa del año” reiteradamente desde 2006.
Viendo algunos documentales, reportajes, entrevistas, y leyendo algunas micro biografías y columnas con motivo del final de su mandato, honestamente me causó sorpresa cómo —para referirse a su legado— el hecho de que fuera la primera mujer en la historia en ocupar la cancillería alemana casi pasa desapercibido. Ni siquiera entre las voces más críticas al final de su gestión hubo alguna que la atacara “por ser mujer”. ¿Será que Angela Merkel normalizó a las mujeres en el ejercicio del poder político? Parece que sí, al menos en Alemania.
Lo cierto es que, a ella, no le resultó sencillo. Quizás en pleno 2021 nos parezca hasta natural que en Alemania hayan elegido —y reelegido, y reelegido, y reelegido— a una mujer, pero cuando expresó por primera vez su deseo de competir por el cargo, hasta en su mismo partido le auguraron total fracaso. ¿Cómo iba una mujer divorciada, sin hijos, que creció en Alemania Oriental, conducir los destinos de una nación tan importante? La “chica de Kohl” (Helmut Kohl, histórico canciller durante la reunificación alemana) le llamaban, para minimizarle.
Y bueno, no sólo logró el triunfo electoral en 2005. Al momento de anunciar, en 2017, que no buscaría la reelección para un quinto mandato, gozaba de un 80% de aprobación entre la población alemana. Si dejamos de contar a monarcas y a dictadores, nos resultará muy complicado encontrar a un hombre que democráticamente hubiese durado tanto en el poder. Insisto: fue Angela Merkel quien decidió no volver a postularse, porque de hacerlo probablemente tendríamos que añadir una nota al pie con la acotación “…y contando”.
También hay que insistir en que fue canciller de Alemania, no de un idílico país nórdico o de alguna isla cómodamente alejada de los vaivenes de un mundo caótico. Angela dirigió un país y encabezó a una frágil Unión Europea durante una época convulsa en la que tuvo que hacer frente a graves amenazas en múltiples frentes: la crisis financiera de 2008; las guerras en Ucrania y Siria, además del auge de ISIS, del terrorismo y las dramáticas olas de refugiados que buscarían asilo en suelo europeo; el Brexit; la pandemia.
No le resultó nada sencillo. En el concierto de las naciones, Merkel tuvo que enfrentarse a los “machos alfa” de la política mundial que gustan de cabalgar sin camisa o presumir del tamaño de sus misiles nucleares. En su primer encuentro, Vladímir Putin la recibió con un enorme perro sabiendo que la canciller les tiene miedo. El italiano Berlusconi la hizo esperar mientras él atendía una llamada telefónica por celular, frente a las cámaras de televisión. Donald Trump se negaba a darle la mano.
Quizás fue por seguir el ejemplo de su admirada Marie Curie, quien sufrió para hacerse de un lugar entre los hombres de ciencia en su época. Quizás la nacionalidad alemana trae implícita una inmensa autoestima y ni siquiera reparaba en desplantes machistas. Quizás carecía de los altos niveles de testosterona que se requieren para desperdiciar tiempo valioso en descubrir quién tiene el ego más grande. Probablemente todo, desde que decidió incursionar en la política a sus 35 años, fue un mero asunto de estrategia para abrirse paso en un sistema patriarcal.
Lo única certeza es que Angela Merkel convirtió a su gobierno en referencia mundial para el manejo de toda clase de crisis que recurrentemente azotan nuestro planeta, desde rescatar del desastre a un socio comercial cuya insolvencia amenazaba a la Unión Europea, hasta la manera adulta de hacer frente a la pandemia o al cambio climático. Bush, Erdogan, Tony Blair, Boris Johnson, incluso Vladímir Putin, acabaron respetando (¿temiendo?) a la poderosa canciller alemana.
Siempre rehuyó de las etiquetas, pero parece que hubo una en especial de la que deliberadamente buscó alejarse durante toda su trayectoria política: la etiqueta de “mujer”. Merkel trató en todo momento de evitar que su condición de mujer se usara como adjetivo para el cargo que estuviera ocupando. No quería ser la mujer canciller, sino la canciller de Alemania y punto. Buscó —y lo logró— que se le calificara por ejercicio que hizo del cargo, no por el hecho de ser mujer, y quizás así es como terminó normalizando que una mujer fuese la persona más poderosa en Alemania y posiblemente en toda Europa.
Sin embargo, hacia el final de su mandato, y a pregunta expresa de una panelista en un foro en el que participaba, Angela Merkel finalmente aceptó —orgullosa— una etiqueta: “Sí, soy feminista… y todas deberíamos serlo”. Dankeschön und bis bald, Angela!
Por @PacoCue
Paco es politólogo por la UNAM. Le cuesta diferenciar de qué puede reírse y de qué no. Es parte del equipo de GIRE.
7 octubre 2021