Irnos a la primera red flag
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Irnos a la primera red flag


Por Abril Juárez R

Disclaimer: Dudé si este espacio era el correcto para hablar de algo personal, pero lo personal es político y lo romántico también.

Hace un par de meses tuiter se inundó de banderines rojos, ¿se acuerdan? Vimos cientos de tuits que señalaban actitudes o acciones que, según quien los escribía, eran indicadores evidentes para alejarte de una persona, generalmente de alguien con quien te relacionas sexo-afectivamente. Digamos que la persona en cuestión es el mar y la actitud indeseable es una red flag, que te avisa sobre el peligro de adentrarte.

Había de todo, desde “si sirve primero la leche y luego el cereal: red flag”, hasta “si habla mal de sus ex”, “si se burla de ti”, “si te esconde de sus conocidxs”, “si reacciona violentamente en las discusiones”, “si te hace creer que estás loca e imaginas cosas”, “si le fue infiel a sus exnovias y te dice que contigo va a ser diferente”, “si te minimiza”, “si hace comentarios sexistas o machistas” y un sinfín de cosas más que, casi puedo asegurar, muchas hemos vivido: red flag.

En torno a este trend, hubo un tuit que me hizo pensar mucho:

Váyanse a la primera red flag

Ese corto texto generó debate, hubo personas que lo consideraron revictimizante para quienes no se van a la primera y, ciertamente, debemos tener cuidado en no llevar por ahí la conversación; la víctima nunca será culpable. Pero a mí, en particular, me hizo mucho click, me dije: claro que sí, a la próxima, me iré a la primera bandera roja. Y sí, si digo “a la próxima” es porque, claramente, antes no fue así.

En el libro Mujeres que ya no sufren por amor, Coral Herrera nos propone utilizar la autocrítica para “aprender a responsabilizarnos de nuestro bienestar, de nuestra salud y nuestra felicidad” y, así, dejar de sufrir por amor. Acepté el reto de la autocrítica y, con el afán de que “a la próxima” sea diferente, me cuestioné por qué antes me quedé en una relación con un hombre que era una red flag andante (si les contara todas las alertas que vi y dejé pasar… ¡uff!).

Las banderas rojas eran claras y terminaron por cumplir su predicción: salí revolcada, con arena y heridas por todos lados, pues esta expareja terminó por hacer conmigo lo mismo que había hecho con sus parejas anteriores: ser infiel, desproteger mi salud sexual, mentir, celar, manipular y un largo etcétera.

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¿Por qué me quedé?

Encontré una de las respuestas (porque creo que es algo multifactorial: hay manipulación, vulnerabilidad, enamoramiento, entre otros factores) en ese libro que menciono. En un capítulo, la autora nos habla de los donjuanes y las doñaineses. Don Juan es un personaje literario que se caracteriza por ser un “seductor nato, un mentiroso, un promiscuo incurable”. Don Juan no cambia por nadie, no se enamora y lo único que hace es ir de mujer en mujer… hasta que llega Doña Inés. Una mujer maravillosa que lo domestica y logra lo impensable: que Don Juan sea fiel.

La cosa es, dice Coral, que algunas de nosotras nos empeñamos en ser la Doña Inés de un Don Juan (y por Don Juan entiéndase un hombre con cualquier tipo de comportamiento que nos haga daño, no aplica sólo para los mujeriegos). Caemos en la trama porque, a pesar de todas las red flags, nuestro ego quiere creer que podemos cambiar a alguien porque somos muy maravillosas. Y yo añadiría que ese deseo de ser Doña Inés viene también de la enseñanza patriarcal de competencia entre mujeres, que nos hace creer que tenemos que ser “mejor” que la otra porque al final eso es lo que nos dice la narrativa: sólo la más especial podrá cambiarlo. Por supuesto, como feminista, dolió darme cuenta de que —sin querer— buscaba demostrar que “yo sí podría” lo que “las otras” no, y que eso sería una victoria para mi ego.

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Pero no, los donjuanes de la vida real no cambian y si acaso quisieran hacerlo “tendrían que hacer toneladas de autocrítica para aprender a comunicarse con sinceridad, para aprender a cuidar de su(s) pareja(s), para vernos como iguales, para aumentar su autoestima, para explorar otras formas de ser hombre”.

Sin embargo, este texto no se trata de ellos, ni de la enorme chamba que les toca, se trata de nosotras (de mí y de quien se identifique con esto), de hablar desde esta autocrítica que, en lo personal, me permitió decidir que nunca más quiero (intentar) ser una Doña Inés, nunca más quiero poner en juego mi salud emocional para descubrir si puedo salir victoriosa y ser yo quien deconstruya al macho, quien calme las aguas y cambie las banderas rojas por unas blancas ante el triunfo del amor.

Quiero apostar —que apostemos— por lo que nos propone Coral: “dejar a un lado a los donjuanes como resistencia contra el patriarcado” porque “sin las mujeres, los donjuanes no valen nada, no existen, no pueden ejercer su poder sobre nadie. Los donjuanes se alimentan de la admiración, del deseo, del amor de las mujeres que utilizan y luego rechazan, por eso es tan importante que las mujeres heteras no perdamos el tiempo con ellos y empecemos a relacionarnos con los hombres rebeldes que desobedecen al patriarcado”.

Quiero apostar —que apostemos— por irnos a la primera red flag.

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@AbrilJuari es comunicóloga e intenta guiarse por el feminismo. Si fuera catadora de algo, sería de ceviches. Forma parte del equipo de GIRE.

Fotografía Abril Juárez


7 julio 2021


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