Migración y daño emocional en las personas que esperan
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Migración y daño emocional en las personas que esperan


Por Lizbeth Lucio
Disclaimer: soy consciente de que el “duelo migratorio” cada persona lo vive diferente, pero quiero compartir mi experiencia porque #LoPersonalEsPolítico

Mucho se dice sobre la migración, sobre las realidades físicas y emocionales que viven las personas en situación de movilidad, las violaciones a derechos humanos por las que atraviesan o los peligros que corren al desplazarse por las fronteras, pero… ¿cuánto se dice sobre las experiencias de las personas que se quedan a vivir el duelo de la migración en su país de origen?

Yo no había pensado en las afectaciones a la salud física y mental que experimentan hasta que me tocó vivirlo cuando una persona a la que amaba decidió irse a trabajar a Estados Unidos.

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Se ha romantizado mucho la huida hacia el norte. Las expectativas que se crean alrededor del “sueño americano” dejan de lado a las personas que nos quedamos en un estado pasivo y de espera que no nos permite otra cosa más que aceptar lo que la pareja decida para nuestro futuro.

Los hombres suelen concebir la migración irregular como un proyecto en pareja para potenciar los recursos y mejorar la economía familiar, pero esta idea basada en roles y estereotipos de género que han dictado que ellos son los proveedores y nosotras las encargadas del trabajo de cuidados genera una gran desventaja para nosotras. ¿Por qué?

En mi caso, los sueños, metas y planes que tenía quedaron relegados a su proyecto migratorio. Quedé sometida a sus planes y tomé una posición marginal en la que era percibida como administradora y beneficiaria de las remesas.

Ante su huida se alteró y reorganizó mi vida cotidiana, tuve que enfrentarme a disposiciones culturalmente impuestas que regularon mi participación o relación social con otras personas, que me decían cómo debía actuar o comportarme por su ausencia, limitando el ejercicio pleno y satisfactorio de mis emociones.

Su partida provocó no solo un desequilibrio en la estructura y funcionalidad de la relación, sino también en lo individual: olvidé que aquí tenía una vida que vivir aunque él no estuviera físicamente.

Y, sí, como era de esperarse, todos estos cambios causaron daños a mi salud física y mental.

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Se habla mucho de la nostalgia y el duelo que viven las personas migrantes cuando parten de sus hogares, pero ¿qué tanto se ha explorado la dimensión emocional de las otras personas a las que afecta la migración? De aquellas que se quedan esperando que “el ser amado” vuelva.

Este fenómeno tuvo un costo emocional muy alto para mí. Durante el periodo de ausencia-espera (que duró dos años, ¡ufff!) experimenté diversas crisis emocionales; desde sentimientos de soledad, abandono, angustia e incertidumbre por su regreso, baja autoestima, frustración, hasta ansiedad y culpa, siendo estas últimas las que más daño me produjeron.

Todo el tiempo tenía en mi cabeza que él, al estar en un contexto diferente, con personas desconocidas, tratando de entender otro idioma y trabajando de sol a sol, era quien más padecía. Esta persona me hizo creer que “al estar haciendo un gran esfuerzo por nosotros y por nuestro futuro”, yo debía tolerar su falta de acompañamiento, ausencia, cambios de humor, manipulaciones y agresiones mientras cuidaba y sostenía la relación que, evidentemente, estaba siendo olvidada por él.

Mientras todo esto sucedía mi vida cambió (sí, muy cliché y todo, tristemente). Me aislé; si hacía alguna actividad recreativa o de ocio, como salir a comer con mi familia y amigas, me sentía culpable de que mientras yo disfrutaba momentos con mis personas queridas él estaba “sufriendo y luchando por nuestro futuro”.

Viví en un estado de soledad donde no tenía redes de apoyo o acompañamiento, y no porque no existieran sino porque yo me alejé de ellas pensando que era el novio la única persona en quien podía depositar todas mis emociones y porque “si él a la distancia solo me tenía a mí, lo mismo debía ser al contrario”. 

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Pero cuando llegaron los días en que solo hablábamos para discutir después de que le cuestionaba el que no dedicara tiempo a la relación y que ya no tuviera interés sobre lo que en mi vida estaba sucediendo… la ansiedad llegó. Y con ella las náuseas, las nulas ganas de comer, las noches de insomnio y el no querer levantarme.

Encontrarme en estado pasivo y de espera no es sinónimo de tranquilidad. Ante la ausencia de la persona que migró me sentí sola y no quise pedir ayuda para no verme como la tonta que creyó que regresarían por ella y por, a pesar de todo, cuidar la reputación de él. Nadie estuvo conmigo cuando en la madrugada no podía conciliar el sueño o dejar de sobrepensar, cuestionándome qué fue lo que hice mal, mientras lloraba en posición fetal en la cama.

Para las personas que sufrimos las consecuencias de la migración la cama se vuelve un espacio de resistencia porque ahí es donde dejamos todo, donde al postrarnos desbordamos la tristeza y el sentimiento de abandono que nos dejó el otro.

Muchos meses me culpé por no poder identificar los abusos que sufría, me juzgaba y me reclamaba cómo, viviendo en el mundo de feministlán, no pude ver estas violencias ni salir de ahí a tiempo; pero ahora, mi mente y mi corazón están tranquilos al saber que no soy responsable de esos sucesos.

Fotografía en blanco y negro de Lizbeth Lucio. Ella es una mujer joven que tiene el cabello largo y lacio que usa anteojos.

Autora

Lizbeth Lucio (@_cuatroeles) es comunicóloga y amante del fotoperiodismo. Le gusta bromear, en especial de sus propias desgracias. 

Su red flag es creer que comprando sneakers (o cualquier otra cosa) se solucionan sus problemas.


17 abril 2024


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