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El año pasado recibí en un chat de amigas un test sobre el “síndrome del impostor”. Sin saber de qué se trataba hice la prueba y mi resultado fue “significativamente impostora”. En ese momento no compartí mi penoso resultado con nadie.
Por supuesto, reenvié el test a otras amigas, todas objetivamente exitosas; para mi sorpresa, varias obtuvieron un resultado similar al mío. Hasta ese momento me animé a compartir con ellas mi resultado. Aquí les dejo el test por si quieren averiguar su nivel de impostor o impostora (en inglés).
¿En qué consiste este síndrome? Desde 1978, las psicólogas Pauline R. Clance y Suzanne A. Imes han realizado investigaciones sobre este fenómeno que consideran no se trata de un desorden ni de un trastorno mental, sino de una respuesta al éxito en la vida y a la presión por ser siempre mejores. Este síndrome hace referencia a la incapacidad de aceptar los logros propios y al miedo de ser “desenmascarado” como un fraude, como un impostor o impostora.
Es más frecuente que lo padezcamos las mujeres. Sheryl Sandberg, en su libro Lean In, hace referencia a estudios que prueban que la prevalencia del síndrome del impostor entre las mujeres se debe, en gran parte, a baja autoconfianza. Por ejemplo, “las evaluaciones de estudiantes en una rotación de cirugía descubrieron que cuando se les pidió que se evaluaran a sí mismos, las estudiantes obtuvieron puntajes más bajos que los estudiantes varones a pesar de que las evaluaciones de la facultad mostraron que las mujeres superaron a los hombres”.
Sobre los factores que influyen en el síndrome del impostor, José A. M. Vela, sociólogo y doctorando en Estudios Interdisciplinares de Género de la UAM, señala que no se trata tanto de una cuestión individual sino del reflejo de un problema social. De este modo, Vela explica que “la socialización diferenciada, por la cual hombres y mujeres son educados en roles distintos y en valores distintos, crea el caldo de cultivo perfecto para que las mujeres sientan de forma masiva el síndrome de la impostora”.
Además de que este síndrome afecta en mayor proporción a las mujeres, su incubación comienza desde la niñez y se agudiza en la adolescencia. Casi al inicio de la cuarentena en México por la pandemia de la COVID-19, Naidel Adila, fundadora del Movimiento Niñas Libres, me invitó a participar, junto con mi hija de 10 años, en un taller en línea para fortalecer la confianza en las niñas y adolescentes. Durante el programa, Naidel nos compartió su experiencia como directora de una preparatoria, donde veía cómo el síndrome de la impostora acechaba a sus estudiantes mujeres. Por ejemplo, era frecuente que después de un examen las mujeres dudaran de haber contestado correctamente, sin importar cuánto hubieran estudiado. Los hombres, por el contrario, se mostraban más confiados de haberlo contestado correctamente. Otro ejemplo: en las autoevaluaciones las adolescentes constantemente se evaluaban por debajo de sus resultados. También solía escuchar frases como “tuve suerte”, en lugar de decir “sí, lo hice bien” o “soy buena en lo que hago”.
Esta pérdida de confianza en las niñas y adolescentes ha sido estudiada por algunas especialistas. Katty Kay y Claire Shipman, en su libro The Confidence Code of Girls, afirman que las niñas sufren una dramática pérdida de confianza entre los 9 y 14 años. En el año 2018, las autoras de este libro junto con otras organizaciones realizaron una encuesta para medir el colapso en el nivel de confianza en niñas de entre 8 y 18 años. Los hallazgos son reveladores y dramáticos. Entre los 8 y los 14 años, los niveles de confianza de las niñas caen 30%. Más de la mitad de las adolescentes sienten presión por ser “perfectas”; 3 de cada 4 se preocupan por el fracaso, y a 8 de cada 10 les gustaría sentirse más seguras de sí mismas. Entre los 12 y 13 años el porcentaje de niñas que dicen “no puedo fracasar” aumenta 15%. A los 14 años, cuando las niñas están llegando a su nivel más bajo, la confianza de los niños sigue siendo 27% más alta.
Suele ser difícil convencer a una adolescente de que se anime a hacer algo en lo que no cree ser buena y, en consecuencia, fracasar. Por ejemplo, incursionar en un nuevo deporte, participar en la obra de teatro de la escuela o hacer nuevas amigas. Para logar que eso suceda hay que trabajar en la confianza. Para las autoras Katty Kay y Claire Shipman, la confianza significa tener un pensamiento y luego hacer algo al respecto, en lugar de dudar, analizar o reflexionar. Cuando las niñas lo hacen, su confianza crece.
Además de trabajar en el crecimiento de la autoconfianza en niñas y adolescentes, es necesario eliminar los estereotipos de género. A las niñas desde pequeñas se les enseña a apagar su voz, si rompen con esos estereotipos son señaladas como “respondonas”, “mandonas”, “mimadas”, “complicadas”, etcétera. La construcción de género es muy temprana y los “inofensivos” estereotipos que las niñas asumen les condicionarán el resto de su vida. Por ello, es necesario educar en la igualdad, trabajar en el empoderamiento de las niñas y cuestionar las masculinidades de los niños. Las niñas seguras serán adultas seguras.
Les comparto algunas recomendaciones de lecturas y películas con modelos femeninos diversos que pueden servir de inspiración para las niñas. Libro: Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes (1 y 2). Películas: Mulán y Quiero ser como Beckham.
También les dejo aquí un mini test para ser respondido por niñas y adolescentes (recomendado para niñas de 8 a 18 años). ¿Tienes hermanita? ¿Sobrina? ¿Hija? ¡Les invitamos a compartir (o incluso hacer) el test con ella!
Artículo escrito por Verónica Esparza, @esparza2602 – es abogada feminista en deconstrucción permanente. Necesita desayunar y un café para empezar el día. Forma parte del equipo GIRE.
10 septiembre 2020