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Las madres en la pandemia

junio 11, 2020

La mayoría de las mujeres mexicanas se dedican al hogar, un hogar que se ensucia tres veces más, pues todos los miembros de la familia están metidos en casa las 24 horas, comen, cenan desayunan, juegan, trabajan, inventan, caminan, orinan, ensucian, ensucian, ensucian.

Queda bastante claro que esto del COVID-19 nos ha cambiado la vida de formas muy distintas a cada quien. Nadie ha quedado fuera. Hoy, dedicamos este espacio a las madres mexicanas con sus nuevas jornadas, resultado de la cuarentena. Las estadísticas que hasta hace un par de meses eran el dato duro en que podíamos basar todo argumento, ahora ya no nos funcionan para mucho.

Se decía (de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares ENIGH, del INEGI) que las mujeres que se dedicaban de manera exclusiva al hogar trabajaban cerca de 58 horas a la semana; que 19% de las mujeres de más de 12 años dedicaban el tiempo exclusivamente a cuidados y a trabajo del hogar; que aquellas que salían de casa a realizar un trabajo remunerado dedicaban en total 77 horas semanales a su empleo y su casa; que 15% de las mujeres de más de 12 años se dedicaban a la casa y al cuidado de otros integrantes del hogar además de salir a trabajar, y que 2% de las mujeres se dedicaban de manera exclusiva a su empleo remunerado, sin tener que pensar siquiera en el contenido del refrigerador.

De acuerdo con estimaciones del CONAPO basadas en la Encuesta intercensal 2015, 22.7 millones de mujeres son jefas de hogar: “Es una constante que la jefatura masculina está ligada específicamente al proceso de formación de uniones conyugales, mientras que la jefatura femenina tiene relación con la disolución de éstas, ya sea por separación, divorcio o viudez”. Lo que nos lleva a pensar que quizá quienes son jefas de hogar están solas en la crianza de los hijos.

Antes de que nos mandaran a nuestras casas, muchas ya trabajaban la doble, y en ocasiones triple, jornada. Ahora a las madres, no sólo mexicanas sino de todo el mundo, les toca hacerla de cocineras, cuidadoras, limpiadoras, maestras, enfermeras, además de tener que atender las demandas del empleo de cada una. ¡Y no piense usted que las que se dedican a la docencia se salvaron! Ahora, ellas preparan materiales, hacen videos, buscan apoyos didácticos para los hijos de quienes no tenemos idea de cómo enseñar el 2+2.

La mayoría de las mujeres mexicanas se dedican al hogar: un hogar que se ensucia tres veces más, pues todos los miembros de la familia están metidos en casa las 24 horas, comen, cenan desayunan, juegan, trabajan, inventan, caminan, orinan, ensucian, ensucian, ensucian. Ahora, las madres mexicanas con criaturas en edad escolar son docentes; algunas ya se sentaban a acompañar a sus menores en las tareas escolares, pero lo que vivimos hoy no tiene punto de comparación.

Imaginemos un día “promedio” en la vida de una madre mexicana en cuarentena: despierta tempranito y hace el desayuno y, sin haberse terminado el café, dedica un par de horas a las labores de limpieza y a corretear a los demás para que le den una ayudadita. Se mete a bañar. Fresca y revitalizada sale del baño y sienta a sus vástagos a trabajar. Uno en cada extremo de la mesa, o de la habitación o de la casa, porque se distraen unos a otros, porque juegan, porque se pelean. Cuando al fin logra que estén todos sentados haciendo lo que les corresponde, se dirige a la cocina a planear la comida del día. Descubre que se terminó la leche y algunas otras cosas. Hace una lista de lo que falta comprar. Cuatro horas después ha logrado armar una comida para la familia, pero: el pollo está frío, el brócoli está duro, el caldo no sabe a nada y la fruta no es postre. Cada miembro de la familia lleva su platito sucio a la cocina, pero pocos lo lavan. Ella termina de levantar, lava lo que no se lavó, tira lo que no se tiró y una hora más tarde se sienta a “trabajar”.

La lista de pendientes es suficiente para requerir una jornada de, al menos, seis horas. Atiende uno por uno y cada tanto se levanta a averiguar qué fue ese golpe, a pedir que le bajen a la música, a separar a ese par que no puede estar en paz. Se conecta para la videollamada de las 5 pm y se ve obligada a ponerse audífonos porque el ruido en casa no le permite escuchar lo que dice el jefe. Claro que, por los audífonos, no se entera del grito que pega Paquito cuando se estampa contra la pared por estar corriendo como caballo en hipódromo por todo el departamento. Paquito, que necesita al menos un par de horas diarias en el parque, no ha podido salir y ahora, en medio de la junta virtual, se presenta con la ceja chorreando sangre para que la mamá improvise algo, porque ni loca va a llevarlo a una clínica en medio de una emergencia sanitaria. Estresada por dejar el trabajo a medias detiene el sangrado, prepara la cena y se encarga de que todo mundo se meta a bañar, se ponga la pijama, se lave los dientes y se acueste. Es probable que quienes leen esto hayan perdido la cuenta del tiempo que nuestra heroína lleva despierta: mis cálculos dan un total de 14 horas, durante las cuales la señora no ha parado. Falta leer el cuento de la noche, lavar los trastes de la cena y preparar los materiales escolares para el día siguiente…

Claro, ésta es la situación de quienes tienen el privilegio de quedarse en casa a trabajar vía remota con sus hijos a un lado. Sí, se están volviendo locas. Pero también hay varios miles de mujeres que tienen que salir a trabajar todos los días y que, por estar en riesgo de contagio por su trabajo, no pueden estar con sus hijos; o quienes están en casa, intentando que sus hijos no pierdan el año escolar por no tener acceso a internet y, probablemente, muy preocupadas por qué van a comer, pues su rama laboral no permite el trabajo en casa.

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