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Las mujeres de la montaña de Guerrero

marzo 7, 2018

A Juana, Elvia, Catalina, Florentina y Verónica

Por: Regina Tamés (@reginatames)

Solo es eso lo que tengo que decir. Esas fueron las palabras, tanto de Catalina como Florentina, al narrar en me’phaa (tlapaneco) el asesinato de su hija y su hermana, respectivamente. Después de dar su valiente testimonio, regresan a su comunidad en la montaña de Tlapa en donde las esperan amenazas de un machete que no sabe si las dejará vivir o estarán cerca de la muerte.

Después del feminicidio de Florencia en 2014, a manos de quien fuera su pareja por más de cinco años, la vida de su familia cambió radicalmente. Ella salió con su hija a comprar algo de comida para la bebé, pero nunca regresó. El temor de la madre de que su hija estuviera en peligro fue lo que las hizo a ambas salir a buscarla para encontrarla asesinada de manera brutal. Florencia fue agredida sexualmente de manera tumultuaria y asesinada con saña con un objeto contuso por personas del pueblo, entre ellos su exconcubino. La hija de Florencia presenció toda la violencia que sufrió su madre.

Después de tres años de búsqueda de justicia, el agresor se encuentra preso: un asesino que estuvo dispuesto a matar a su expareja con tal de no pagar la pensión alimenticia para sus dos hijas. Pero Florentina y Catalina viven acosadas por los cómplices del agresor que les piden que se desistan del caso. Ellas no descansarán hasta ver que todos los asesinos estén tras las rejas.

Este fue uno de los testimonios que se escucharon ayer en el Tribunal por los derechos de las mujeres “Los rostros luminosos de la justicia” en Chilpancingo, Guerrero, organizado por el Centro Tlachinollan, el Observatorio Nacional de Feminicidio y GIRE, a la que fui invitada como jueza. Es inexplicable el dolor que se vivía en la sala. La tristeza y desolación que a la vez contrastaban con la valentía y fortaleza de las mujeres que dieron su testimonio y compartieron sus historias.

Juana se casó a los 14 años y tuvo tres hijos con su pareja, con quien vivió 20 años, hasta que éste la dejó. Pero no solo se fue, sino que le quitó su casa —construida con mucho esfuerzo gracias a su labor en el campo agrícola—, además de acusarla de delitos fabricados que la llevaron a estar presa un año. La justicia le falló. Le dio la espalda. No consideró sus pruebas. La invisibilizó.

Conocí el caso de Elvia, quien también sobrevivió violencia doméstica. A los seis meses de haber parido por cesárea y con preeclampsia severa, fue agredida por su expareja, pero terminó ella siendo criminalizada y enfrentando un proceso penal. Nadie le creyó. Su testimonio nunca fue escuchado. Ella era la víctima pero fue convertida en la agresora.

También escuchamos a Verónica, quien narró la violencia obstétrica sufrida por su hija en el nacimiento de su primer hijo. La ilusión de su parto, de la llegada de su bebé, se vio nublada por las atrocidades de las que fue objeto. No solo la regresaron a casa cuando ya estaba en trabajo de parto, sino que fue mal atendida y perdió su matriz truncando su proyecto de vida. La hija de Verónica sabe que lo que le pasó fue culpa del Estado, pero se han encargado en hacerlas responsables, de culparlas y hacer que su dolor sea aún más fuerte.

La realidad de la Montaña para las mujeres no es fácil. A diario se juegan la vida, ya sea porque viven en un contexto de violencia generalizada, o por las condiciones de desigualdad, pobreza y desempleo, entre muchas otras circunstancias. Pero lo que a todas les toca es la violencia y discriminación dirigida a las mujeres por el simple hecho de serlo. No importa la edad, les pega parejo. La violencia puede venir incluso de la persona a la que aman o a quien más confianza le tienen. No hay forma de escapar.

Sus rostros estaban llenos de tristeza. Pero sus voces llenas de coraje. Voces que rompen el silencio y se atreven a nombrar esa violencia de la que han sido víctimas. Llega otro 8 de marzo en que las mujeres deberían poder señalar los avances que se han tenido en el reconocimiento y el acceso a sus derechos, pero llevamos contando el número de feminicidios, de mujeres muertas en el parto, de mujeres violentadas sexualmente. Sus voces nos alientan a seguir en esta lucha. Una lucha que parece una utopía cuando se está en esta costa. Pero como bien lo dijo Abel Barrera, director de Tlachinollan, ellas están dispuestas a hablarle de frente al poder, y eso es admirable.

¿Catalina y Florentina dormirían esa noche?, ¿estarán seguras? La pregunta es muy dura, pues la respuesta es aterradora.

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