No, señor presidente, no se trata de usted. Tampoco de un partido o un gobierno. Se trata de nuestros derechos, la libertad de tomar decisiones sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos, de nuestras voces acalladas, y de nuestras madres, hijas, hermanas y amigas desaparecidas, asesinadas, violentadas. Se trata de muchos años de dolor, muerte y ausencia de justicias.
La rabia organizada incomoda. El clamor de justicia aturde. Y ante la fuerza de miles de mujeres unidas, decididas, con el puño levantado y el corazón ardiente, las autoridades dejan caer sobre nosotras el peso de la fuerza pública, el estigma y la criminalización.
No, señor presidente, no se trata de usted. Tampoco de un partido o un gobierno. Se trata de nuestros derechos, la libertad de tomar decisiones sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos, de nuestras voces acalladas, y de nuestras madres, hijas, hermanas y amigas desaparecidas, asesinadas, violentadas. Se trata de muchos años de dolor, muerte y ausencia de justicias.
Nuestra lucha es una batalla por la vida, la libertad y la justicia. ¿Por qué olvidar el origen de esta rabia que nos hermana y aferrarse a mirar las formas? La preocupación y la obligación de las autoridades es dar cauce a las exigencias, pero para hacerlo debe entender y ser empático con las razones que las sustentan. Más aún, su obligación es implementar soluciones concretas para que las mujeres dejemos de ser blanco de múltiples violencias y desigualdades.
El #8M salimos a las calles porque no queremos que haya una víctima más de este sistema que nos invisibiliza y persigue cuando buscamos ejercer nuestros derechos. Alzamos nuestra voz en el espacio público porque no podemos seguir siendo ignoradas. Nos queremos vivas, libres y juntas. Queremos un trato igualitario.
La violencia contra las mujeres no es un fenómeno reciente. Desde los años 90 ya se hablaba de feminicidios con los casos de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, y lo alarmante es que esto ha escalado y no hay resultados de fondo. Eso es justamente lo que los movimientos feministas buscan visibilizar: las situaciones de discriminación e injusticia en que se ha colocado a las mujeres por décadas. Cómo no estallar si, lejos de resolverse, esta realidad se agrava sexenio tras sexenio.
Basta de fiscalizar el comportamiento de las mujeres que protestan contra la violencia de género y en contra de un sistema que no nos deja decidir sobre nuestros cuerpos. Basta de priorizar puertas, paredes y monumentos. Es necesario que las autoridades asuman su responsabilidad. Si las protestas ocurren de este modo ha sido por su incapacidad de dar respuestas claras y concretas a nuestras exigencias. ¿Criminalización y estigma es lo único que recibimos las mujeres por parte de quienes tienen la obligación de proteger y garantizar nuestro derecho a una vida libre de violencia? Ante el clamor de justicia, ¿gases y vallas?
A la par que el movimiento feminista crece, se ha fortalecido la indiferencia a las demandas y el estigma desde ciertos ámbitos del Estado. Si las mujeres nos manifestamos en el espacio público, cae sobre nosotras el estigma: somos vistas como revoltosas, provocadoras, violentas; se nos revictimiza y coloca en mayor riesgo. Nuestro arrojo provoca encono, pero nos hemos cansado de esperar soluciones contundentes.
Nuestras protestas son legítimas. No hay justificación para el uso excesivo de la fuerza. No somos criminales. Somos personas exigiendo la garantía de nuestros derechos. Alzamos la voz por las que ya no están, nos tomamos de las manos y, frente a la violencia ejercida por el Estado, nos cuidamos unas a otras.
Reprobamos el uso excesivo de la fuerza y las detenciones arbitrarias contra las mujeres y los movimientos que exigen justicia, e instamos al Estado a adoptar medidas para protegernos y garantizar nuestros derechos humanos.
Mientras el contexto no cambie, las protestas no terminarán. Nuestras voces, unidas y diversas, seguirán retumbando a lo largo y ancho del país. En cada rincón habrá de sentirse nuestro hartazgo, pero también nuestra fuerza.
Estamos seguras de que nunca más contarán con nuestro silencio. Levantaremos nuestros puños y gritaremos fuerte, en las calles, los hogares, los lugares de trabajo y los espacios digitales, para que el Estado y la sociedad sepan que somos cientos de miles de mujeres dispuestas a defender de nuestros derechos.
A todas las que se organizan para expresar la rabia y sostener el grito de justicia, y a quienes tejen puentes de protección y rescate, desde GIRE nuestra admiración y solidaridad.