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En todo el mundo, los datos sobre COVID-19 tienen un patrón: las tasas de mortalidad por esta enfermedad son más altas en los varones que en las mujeres. Un hecho que se ha explicado ampliamente en artículos científicos y reportajes. Entre otras cosas, se mencionan diferencias en la respuesta inmune, el estilo de vida y que los hombres son más propensos a problemas de salud como la diabetes y la hipertensión.
Una pensaría que esto traería como consecuencia que, precisamente, esta población fuera más cuidadosa con las medidas preventivas: lavado constante de manos, quedarse en casa, conservar la sana distancia y el uso del cubrebocas en espacios públicos. ¡Pero no! Los hombres son quienes más se resisten a respetar estas medidas. No lo dice una feminista que odia a los hombres, sino algunos estudios y demostraciones públicas de líderes de diferentes países.
Un estudio realizado en Estados Unidos por los académicos Valerio Caprano y Hélène Barcelo (“The Effect of Messaging and Gender on Intentions to Wear a Face Covering to Slow Down COVID-19 Transmission”) destaca que los hombres están menos dispuestos a utilizar un cubrebocas que las mujeres. ¿La razón? En la mayoría de los casos, porque lo consideran “un signo de debilidad y estigma”, lo ven como un “acto vergonzoso” y creen “que la enfermedad no los afectara”.
También encontraron que los mensajes que podrían funcionar mejor para los hombres, además, claro, de la obligatoriedad, son los que se centran en la protección a la comunidad, al patriotismo y que apelan al superheroísmo masculino: no es por ti, no es por tu familia, es por la sociedad, protégela.
Ahí tenemos a Bolsonaro, López Obrador y Trump como símbolos de esta resistencia patriarcal. El líder mexicano recientemente señaló que no utilizaba cubrebocas porque así se lo habían recomendado las autoridades sanitarias de nuestro país, pese a que todas las campañas gubernamentales incentivan, precisamente, el uso de la mascarilla.
Trump, por su parte, ha reculado con respecto a su uso.
Después de meses de ser un anticubrebocas, ahora, aparece en público usándolas y diciendo que hacerlo es un acto patriótico. ¿Será que el presidente de Estados Unidos reconoció su error o que el uso que le da es más político que sanitario? No lo sabemos, pero puedo especular al respecto: sus índices de popularidad han descendido, las elecciones cada día están mas cercanas y pues… especulen conmigo.
El caso de Bolsonaro es patéticamente más ilustrativo: el uso de mascarillas “es cosa de gays”, declaró con su “elegancia” habitual.
Ya entrada en el chisme político, y por si no queda claro, me gustaría enfatizar que el uso del cubrebocas no es sólo una cuestión atravesada con el género (¿y qué no lo es?), también es una demostración política. Por ejemplo, los republicanos son menos propensos a utilizar las mascarillas que los demócratas. Pero incluso ahí, el género nuevamente aparece: el 68% de las mujeres que apoyan al Partido Republicano utiliza cubrebocas, mientras solo el 49% de los hombres con la misma filiación lo hace, de acuerdo con una encuesta citada en el portal de la BBC.
Sobre el lavado de manos también tenemos tela de dónde cortar. Pero retrocedamos un poco (antes de la pandemia, pues) y seamos honestes. ¿Cuántos de nosotres aplicábamos la técnica de los 20 segundos? Y seguramente en esa insalubre y lejana vida, todes notamos que en los baños públicos mucha gente salía del baño sin lavarse las manos. ¡Es real! Y, nuevamente, no lo dice una friky de la limpieza, lo dicen los estudiosos de las conductas sociales. En el 2013, un grupo de investigadores de la Universidad de Michigan hizo un estudio de campo en baños públicos. Sí, estuvieron observando los hábitos de la gente en cuanto al lavado de manos. Los resultados se resumen así: “Eww! Only 5 percent wash hands correctly” (“¡Qué pinche asco! El 95% de las personas se lava mal las manos o no lo hace, luego te da la mano, te abraza y te acaricia”, traducción libre de la autora de este texto).
Ya desde esas épocas se vislumbraban diferencias de género en el lavado de manos, pero la COVID-19 ha confirmado esa tendencia. De acuerdo a la mencionada encuesta, el 65% de las mujeres dice lavarse las manos constantemente, por un 52% de los hombres.
Y ya llegada a este punto, vale la pena retomar la pregunta inicial de este texto, ¿por qué los hombres se cuidan menos y acatan en menor proporción las recomendaciones preventivas? Un destacado estudioso de la masculinidad y la salud reproductiva en México, Juan Manuel Figueroa, ofrece luces al respecto: los hombres afrontan o perciben el riesgo y los cuidados de manera diferenciada a las mujeres.
El mandato de masculinidad, siguiendo a Rita Segato, juega un papel crucial, al ser un estatus que se obtiene y se debe reconfirmar una y otra vez. Estas normativas de género se ponen en escena y se actúan cotidianamente (la performatividad del género, en términos de Judith Butler). En esta estructura, cumplir con las reglas, sentirse vulnerables y autocuidarse son sinónimos de sumisión y, por ende, de feminidad.
Segato dice que en este mandato de masculinidad los hombres son sus propias víctimas. Esta crisis lo ha puesto en evidencia. Valdría la pena repensar estos mandatos y ver la pandemia como una oportunidad para cambiar los roles de género.
Por Brenda Rodríguez, @mothernidades, es politóloga, siempre trae las uñas pintadas, y no puede beber más de dos litros de agua al día porque se marea.
6 agosto 2020