¿Cuerpa perfecta? ¿Para quién?
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¿Cuerpa perfecta? ¿Para quién?


Por Laura Romero, Camila Riva Palacio y Abril Juárez

Disclaimer: Sabemos que, en la cuestión de las corporalidades, las personas de talla grande han sido las únicas discriminadas sistémicamente. Aunque no ha sido nuestro caso, quisimos compartir las experiencias que nacen de nuestro (re)sentir a la exigencia de pertenecer a los cánones corporales normativos. Estamos siempre abiertas a la retroalimentación.

La búsqueda de la cuerpa perfecta ha estado marcada por estándares sociales que, al menos para nosotras, han sido inalcanzables. Estos estándares han provocado que muchas de nuestras dinámicas cambien: nuestra relación con la comida, con nuestra ropa e, incluso, con el espejo. ¿Comí suficiente? ¿Comí demasiado? ¿Hago dieta? ¿Me veía mejor antes? Estas preguntas son parte de nuestro día a día, nos preguntamos si nuestra cuerpa es lo suficientemente perfecta para ser aceptada, además de por nosotras, por lxs demás. Esta práctica generalizada, ha restringido la forma en la que queremos vestirnos, ha limitado nuestros antojos y ha hecho que le tengamos cierto recelo a nuestras cuerpas.

Parte de nuestras vidas nos hemos privado de comer lo que nos gusta -o hemos comido de más- para estar dentro de los parámetros sociales. Nuestras cuerpas son construidas a partir de la visión de otredades basadas en un estándar de “belleza” establecido por el patriarcado. Sin duda, estos parámetros han definido cómo nos relacionamos con nuestra cuerpa y con lxs demás personas. En nuestro caso, desde que tenemos recuerdos, la relación que tenemos con la forma en la que nos alimentamos es compleja y está completamente ligada a cómo nos vemos. Aun así, tuvimos la fortuna de escucharnos, coincidir en nuestras experiencias y nos dimos cuenta que este proceso de amar la cuerpa (o de respetarla al menos) no es algo por lo que solo una está pasando. En este intento de resonar con lo que conversamos, les compartimos aquí algunas de nuestras experiencias.

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La talla perfecta.

El tener pantalones que compré en secundaria se volvió mi medidor para controlar mi talla. Mes con mes me los probaba para saber si podía comer más o si necesitaba bajarle a mis antojos. Esta práctica la tuve durante años, no le tenía paciencia a mi cuerpa ni reconocía que los cambios que tuviera no necesariamente estaban relacionados con lo que comía. Esto se fue recrudeciendo con comentarios de las demás personas: “te veo más delgada, qué guapa”, “qué bueno que ya regresaste a tu talla”. Estas opiniones me llegaban sin que yo las pidiera y en épocas en las que “cabía” en esos pantalones que tenía desde hace diez años.

Pero, cuando los pantalones de secundaria no me subían, normalmente la gente me decía “segura vas a pedir postre, ya comiste mucho”, “Ay mira, pensé que estabas más delgada, como en tus fotos”. Evidentemente las personas que opinaban sobre mí no sabían que, al volver a mi casa, esos pantalones me estaban esperando y determinaban mi dieta de las siguientes semanas. Puede ser que muchos de esos comentarios no hayan sido malintencionados, estoy convencida de que incluso algunos fueron pensados como halagos, pero para mí implicaba una carga constante sobre lo que debía o no comer.

Comer como parte de una prueba social.

Desde pequeña fui muy delgada. Toda la vida recibí comentarios por parte de familiares, compañerxs de la escuela, etc.: “¿qué no comes?”, “¿por qué estás tan flaca?”, “estás toda anoréxica”, “come más”, “no tienes de dónde agarrar”. Las inseguridades que trajeron esos comentarios me siguen acompañando. Mi relación con la comida se afectó mucho porque en lugar de solo disfrutar y comer lo suficiente para mí, inconscientemente he vivido con la presión de comer lo suficiente ante los ojos de los demás para que entonces mi morfología sea un poco más aceptada.

Pero ahí no termina, hoy en día me sé delgada, pero no el tipo de delgada que le gusta al patriarcado: no tengo suficientes pechos o nalgas, mi vientre no es plano. Sin darme cuenta todas las mañanas inspeccionaba como policía mi abdomen, mi perfil, mis estrías… y, ahora, si un pantalón no me quedaba sabía que el remedio era dejar de comer tanto pan. ¿Por salud? No, porque por todos lados veo que, de no hacerlo, no seré suficiente

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La cirugía adelgazadora.

Hace un año tuve una emergencia médica que me llevó al quirófano. A causa de esta situación tuve una dieta médica y, además, se sumó que mi cuerpa no toleraba la misma cantidad de alimento que antes, esto causó que bajara 6 kilos en el lapso de un mes. Esta pérdida de peso no planeada generó críticas y preocupaciones, las cuales venían de familia y amigxs que me decían que estaba muy muy flaca, pero no flaca bonita, sino enferma y demacrada. Eventualmente, recuperé unos kilos, pero de nuevo saltaron los comentarios de las personas que conforman mi círculo social, diciendo cosas como que ya estaba ganando peso, que estaba más cachetona, que tampoco fuera a subir de más porque ya
pasadita de peso tampoco me veo bien. Obviamente estos comentarios, además de indeseados, lo único que provocaban era hacerme sentir mal.

¿Qué hacer con esto?

De todo este proceso, entre otras cosas, hemos aprendido que no hay que hacer comentarios hacia las formas y tallas de las cuerpas de lxs demás. Hemos jugado ese rol del patriarcado donde se critica a lxs demás por su peso, lo hemos hecho con nuestras hermanas, amigas o conocidas y ellxs con nosotras. Le ponemos cargas desproporcionadas a las personas y una expectativa de la cuerpa perfecta que ni siquiera colectivamente es claro lo que significa.

Aun así, ser cada vez más conscientes de esto nos ha permitido entender que no existe ninguna cuerpa perfecta, lo que existe son personas diversas. El estándar de belleza es el que el patriarcado ha dicho que debe ser, pero creemos que el feminismo nos da la oportunidad de revalorar y deconstruir aquellas actitudes que nos violentan y con las que violentamos.

No opines sobre mi cuerpa

Consideramos que no es fácil llegar con el discurso de ama tu cuerpa y, muchos menos cuando nos enseñaron a jamás estar conformes con la forma en la que nos vemos, pero creemos que podemos hacer cosas que contribuyan a nuestra salud mental y disminuyan nuestra ansiedad, también, en nuestro caso, son prácticas que contribuyen a sanar la relación que tenemos con la forma en la que comemos y saber que podemos comer sin culpa. El feminismo ha sido clave para calmar la mente cuando nos reprocha no siempre ver belleza en el espejo.

Aquí les dejamos algunas de nuestras prácticas para combatir la eterna búsqueda de la “cuerpa perfecta”:

  1. Este disgusto que sentimos hacia nuestra cuerpa no es nuestra culpa: hay un sistema que nos ha
    recordado una y otra vez que nuestra cuerpa NO es bella y que DEBERÍA de serlo. La realidad
    es que no le debemos belleza a nadie, nuestra cuerpa no le debe perfección a nadie.
  2.  Reconocemos que juzgarnos frente al espejo es una práctica violenta hacia nosotras mismas.
    Entonces, intentamos agradecer a nuestra cuerpa por permitirnos existir, disfrutar y movernos,
    además de que nos pedimos disculpas por los métodos no sanos que utilizamos para mantenerla
    en un estándar de belleza marcado por el patriarcado.
  3. Nos recordamos que no le debemos explicaciones a nadie sobre nuestra complexión y
    compartimos nuestras vivencias con amigas y personas de confianza, creando una red de apoyo.
  4. Intentamos identificar las prácticas que nos hacen daño y procuramos ser más conscientes de
    ellas para evitarlas.
  5. Decidimos, en la medida de lo posible, dejar de consumir contenido en redes sociales que nos
    genera inseguridades o presión tóxica.

Platicar con nuestro círculo de confianza y abrazarnos es parte del proceso de entendernos. Este texto nació de conversaciones con amigas, de compartir sentires y pesares, gracias a ello, sentimos la tranquilidad de sabernos escuchadas de manera empática.


Laura, Camila y Abril son integrantes de GIRE que recientemente se hicieron amigas, las tres se esfuerzan todos los días por ser un poco menos grinch(es).


14 julio 2022


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