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La elección sobre convertirse en madres y cuándo conlleva un desafío considerable para las mujeres. El peso que implica la maternidad permanece presente aun cuando decidamos no ejercerla o todavía no queramos ejercerla. Y si la ejercemos, también.
En contextos de sociedades y estructuras patriarcales las mujeres tenemos fecha de expiración y eso incluye a la maternidad, vinculando la identidad femenina exclusivamente con ser madres; durante nuestro periodo de consumo, cuando las arrugas y las canas se mantienen ausentes, el ser mujer y madre son conceptos no disociados. En cualquiera de los casos, hacer lo contrario constituye una gran afrenta a nivel institucional, legal, social, familiar y hasta económico. ¿Cómo ser mujer sin ser madre?, ¿cómo ser mujer y madre cuando la fecha de caducidad se aproxima?
Hay pocas cosas en la vida de las que siempre he estado segura, una de ellas es mi deseo de ser mamá en la cuarta década de mi vida; quizá después, pero nunca antes. Quizá jamás, pero no antes, porque si no voy a ser madre en la etapa de mi vida que quiero, prefiero que mis hijes se queden en Saturno. Mi pensar sobre el cómo, con quién, las circunstancias… cada tanto se modifican porque la vida no es lineal, pero cuándo siempre ha sido una certeza constante en mi vida, una decisión desde el amor y la razón.
Los cuestionamientos externos también han sido una aberrante constante a lo largo de mi existencia.
Durante mi adolescencia, muy lejos estaba de iniciar mi vida sexual cuando recibí los primeros comentarios de temor ante un embarazo, porque “arruinaría mi vida”. Yo reía, porque me parecía absurdo, no por mi edad sino porque mi decisión estaba tomada: seré mamá en mis cuarentas, respondía determinada. Las personas reían y yo, a mis escasos años, pensaba: qué transgresión tan grande, de pena ajena, que alguien cuestione algo tan personal. Lo sigo pensando.
A los 22, tras concluir mis estudios de licenciatura, las opiniones no pedidas sobre estrenarme como mamá fueron en sentido aprobatorio; pues ya concluida la universidad, y “en edad”, era lo lógico, ¿o no?, e ir contra esa lógica significaba ser egoísta y menos mujer. Aunque también hubo detractores que pretendieron instruirme sobre la vida y me subrayaron que “para ser madre primero hay que buscarse un esposo”, “tener una economía holgada”, “alejarse del campo profesional, porque el trabajo y la maternidad no se llevan” y un largo etcétera.
Seré madre en mis cuarentas, respondía tajante. Las personas reían, mientras tachaban de falsas mis afirmaciones. Confieso que en algún punto de mis veintes, las invasiones a mi no maternidad fueron tantas que asumí que tenía la obligación de justificar mi decisión; así comencé una investigación allegándome de información médica, científica y hasta la disponible en el registro civil, que da cuenta del estado civil de las personas, los nacimientos, el número de hijes y las edades de las madres y padres, y que además son datos públicos. En mis hallazgos, entre otras cosas, confirmé que las mujeres podemos embarazarnos desde el inicio y hasta el fin de nuestra menstruación; que las mujeres podemos ser madres en cualquier momento de nuestra vida que decidamos serlo y que la decisión de cuándo y cómo ser madre me pertenece de forma exclusiva. Pese a la obviedad de mis descubrimientos, los datos duros no bastaron para cesar el escrutinio a mi vientre y tildarme de disparatada.
En mis treintas, los comentarios e invasiones se han intensificado, a la par que la comprensión sobre mis propios derechos se ha cristalizado. Generalmente, clasifico a las personas en cuatro grupos: quienes afirman que yo no quiero hijes, porque ya caduqué y porque soy abortera; quienes desde su nulo conocimiento aseguran que ya no puedo porque ya se me fue el tren; quienes desde una exacerbada moralidad dictan que ya no debo, y quienes aprovechan cada cumpleaños para recordarme que aún puedo, pero que debo apurarme porque si la fecha de expiración llega, o las canas me alcanzan, me quedaré sola.
Cada tanto sigo allegándome de los escasos estudios especializados que abordan los beneficios de procrear o ser madre por cualquier medio fuera del rango de edad “aceptable”; sin embargo, sólo los recopilo como hábito y no para justificar mi respuesta ante una pregunta que no se tendría que hacer. Pues he comprendido que, sobre el ejercicio de mis libertades sexuales y reproductivas, no le debo explicación a nadie.
En la época actual, cada vez son más difundidos los casos de famosas que deciden romper con los esquemas patriarcales y ejercer libremente sus derechos reproductivos, como Eva Mendes, Meryl Streep, Salma Hayek, Janet Jackson y la mismísima Madonna, quienes dijeron sí a la maternidad durante su cuarta y quinta década de vida. Sin embargo, esto no es nuevo; mis abuelas Antonia y María Elena parieron a sus últimes hijes cuando ya se acercaban al medio siglo de vida. Todas ellas nos recuerdan que la capacidad de decidir sobre nuestro cuerpo y sobre nuestra maternidad debe ser libre de estigmas y presiones de cualquier índole.
Los años no se van, se viven. No hay embarazos geriátricos, hay mujeres que deciden embarazarse. Y sí, urgen cambios en la literatura médica. No hay mujeres a las que ya se les fue el tren de la maternidad, ni maternidades tardías; hay mujeres que deciden ser madres. Y no, no es un problema biológico, sino socioestructural. No hay mujeres incompletas o egoístas, hay mujeres, así sin adjetivo.
Seguiremos alzando la voz, hasta que saquen sus rosarios de nuestros ovarios, hasta que se deroguen las leyes que nos imponen un periodo de vida útil y fecha de caducidad, hasta que ser o no ser madre deje de ser una carga y simplemente sea; porque ninguna maternidad elegida debe ser censurada o prohibida, ninguna maternidad debe ser impuesta, obligada o limitada y la elección de no ser madre merece el mismo respeto y debe ser garantizada por el Estado.
Ana Sandra (@anasandrasp) es abogada, defensora de derechos humanos, agridulce y hacedora de ideas. Sus raíces son una mezcolanza entre lo michoacano y lo citadino. Forma parte del equipo de GIRE.
22 mayo 2024