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Cuando era niña, el mayor de mis sueños era vivir sola. Nunca antes me pregunté por qué, pero tenía claro que para que eso sucediera debía ser independiente y, aunque no tenía idea de lo que significaba eso, contaba los años; según mis cálculos infantiles, al comienzo del nuevo siglo estaría en condiciones para hacer de mi sueño una realidad.
Sin embargo, en el año 2000, pese a que para entonces ya había emprendido algunos incipientes negocios con miras a obtener independencia económica, seguía siendo una niña, entonces comprendí que me tomaría un poco más de tiempo lograr mi cometido. Ingenuamente planifiqué que, a los 14, cuando estuviera por ingresar a la educación media superior, ya estaría en posibilidades de tener mi propio espacio. Ya en plena adolescencia supe con más conciencia que ese objetivo aún era lejano. Como muchas cosas en la vida, ese día llegó en las circunstancias más inesperadas. Desde ese día han pasado ya algunos años.
Este 2020 me ha hecho pensar mucho en los espacios, los detalles, las formas, todo lo que guardan, lo que significan; en cómo una construcción puede ser una vía para permitirnos ser o convertirse en un muro más que nos aleja de nuestra libertad, y cómo las estructuras pretenden obligarnos a adaptarnos a moldes prefabricados. Los motivos son diversos: en primer lugar, porque desde que finalmente tuve un espacio destinado en su totalidad para mí, no había pasado tanto tiempo en casa como en los últimos meses (probablemente, muchas personas privilegiadas se identificarán conmigo); en segundo lugar, porque el 2020 es también un año feminista y varias de las expresiones de lucha se han dado a través de la apropiación de los espacios públicos y privados; y, en tercer lugar, porque al inicio de este año participé en un taller denominado “Análisis de Género en la Investigación”, impartido en la Universidad Iberoamericana. Fue en ese taller, a través de las valiosas aportaciones de algunas compañeras arquitectas, que comencé a mirar los espacios y muros desde otras perspectivas.
En ese taller encontré a Charles-Édouard Jeanneret-Gris, mejor conocido como Le Corbusier, un suizo nacionalizado francés, quien un siglo atrás realizó grandes aportaciones en distintas disciplinas que tienen que ver con las construcciones, el destino y la forma de los espacios, las decoraciones y un montón de cosas más, que le valieron para pasar a la historia como el padre de la arquitectura moderna. Hace cien años había mujeres brillantes, dedicadas a esas artes; como en lo demás, también eran invisibilizadas, ninguneadas y con frecuencia su trabajo era considerado menos valioso que el de sus pares hombres.
Entre las no reconocidas por la historia como brillantes arquitectas se encuentra la parisina Charlotte Perriand. Hace cien años, Charlotte estaba próxima a cumplir 18 años; a los 24 cruzó su camino profesional con Le Corbusier y también sufrió las consecuencias de no ser hombre. Según una anécdota, cuando la arquitecta y diseñadora acudió al estudio de Le Corbusier buscando colaborar, él le respondió: “lo siento, aquí no bordamos cojines”. Charlotte, como buena pionera, no desistió y dejó que su trabajo hablara por ella. Finalmente, Le Corbusier reconoció su talento y la invitó a unirlo al suyo –¿reconocimiento masculino?, ajam, necesario para destacar y progresar en aquella época. Trabajaron juntos en diversas obras y pese a que, en su momento, estuvo a la sombra del arquitecto, el trabajo que realizó a lo largo de su carrera cimentó las bases de lo que hoy conocemos como interiorismo contemporáneo, un estilo que apuesta a las decoraciones amplias y luminosas en armonía con la creación de espacios útiles, prácticos y acogedores.
Parte del talento de Perriand consistió en observar que los planos arquitectónicos y la decoración de las construcciones adolecían gravemente de un elemento, ninguno estaban diseñados para ser habitados por mujeres! Entonces pensé: ¿por qué siendo una niña, a pesar de que tenía una casa acogedora y mis padres me brindaban todas las comodidades posibles, soñaba con mi propio espacio? En la pregunta y con ayuda de Charlotte hallé la respuesta: al igual que las mujeres de cualquier tiempo, ¡quería mi propio espacio!
La casa es una construcción destinada a habitarla, a ser un refugio; sin embargo, no siempre lo es, comenzando por su propia edificación. Si imaginamos una vivienda de clase media de aquella época cuyos habitantes encuadren en el modelo tradicional de familia, encontraremos que la casa cuenta con un sillón para el descanso del señor cabeza de familia, un comedor cuyos lugares se encuentran estratégicamente seleccionados para marcar las jerarquías dentro del hogar, un patio destinado a la recreación de lxs infantes y una cocina destinada no a las mujeres sino a la preparación de los alimentos de todos los que ahí viven. Gran parte del trabajo de Charlotte Perriand se enfocó en crear espacios funcionales y a la medida. ¿Para quién? Para quien va a habitarlos.
En las últimas décadas ha proliferado un sector de la construcción y la arquitectura que apuesta cada vez más por espacios públicos y privados más inclusivos. ¡Sí! La perspectiva de género también está en la arquitectura.
Del 8 al 13 de febrero de este año, en Abu Dhabi, capital de Emiratos Árabes Unidos, se celebró la décima sesión del Foro Urbano Mundial (WUF10, por sus siglas en inglés). Este foro es convocado por ONU-Habitat cada dos años y es la conferencia más importante del mundo sobre ciudades. En este encuentro el Banco Mundial presentó el “Manual para la planificación y el diseño urbanos con perspectiva de género” (Handbook for Gender-Inclusive Urban Planning and Design), publicación que señala que las mujeres ocupan solo el 10% de los puestos más importantes en los principales estudios de arquitectura del mundo y que, históricamente, las ciudades se han planificado y diseñado para reflejar los roles de género tradicionales y la división del trabajo en función del género. Por consiguiente, las ciudades funcionan mejor para los hombres que para las mujeres. Durante la conferencia, Maitreyi Das, gerente del Departamento de Prácticas Mundiales de Desarrollo Urbano, Gestión de Riesgos de Desastres, Resiliencia y Tierras del Banco Mundial, declaró que “en general, las ciudades resultan más adecuadas para los hombres heterosexuales, cisgénero y sin discapacidades que para las mujeres, las niñas, las minorías sexuales y de género, y las personas con discapacidades. Frente a problemas que van desde unos servicios de transporte en los que se da prioridad a los desplazamientos en lugar de la atención a las personas, hasta la falta de iluminación y de baños en los espacios públicos, muchas mujeres, niñas y minorías sexuales y de género de todo el mundo se sienten incómodas, inquietas e inseguras en el entorno urbano”.
Así, pues, la apropiación del espacio público y el espacio privado, lejos de representar una transgresión, es una necesidad simbólica y literal. Resignificar los espacios, hacerlos nuestros, intervenirlos y, si es necesario, derrumbarlos para crear edificaciones y relaciones libres de cimentaciones patriarcales es parte de la lucha colectiva que nos acerca a la consolidación de un entorno más justo.
Por Ana Sandra Salinas, @anasandrasp
Ana Sandra es abogada, defensora de derechos humanos, agridulce y hacedora de ideas. Sus raíces son una mezcolanza entre lo michoacano y lo citadino. Fan de los perritos, perritas y michis. Forma parte del equipo de GIRE.
9 octubre 2020