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Cuando las redes sociales explotaron sobre los próximos conciertos de Taylor Swift en México, en uno de mis más queridos grupos de WhatsApp, una amiga escribió: “SWIFTIES UNÍOS”, como una especie de líder convocando a sus seguidoras. La verdad es que me dio mucha ternura y gracia, y honestamente ignoré el mensaje (lo siento amigas swifties). La música de Taylor Swift jamás atrajo mi atención al grado de volverme fan o tener su música en mi playlist… hasta ahora.
Lo cierto es que varias de mis amigas no pudieron contener su emoción: comenzaron a planear escenarios, preguntándose entre ellas sobre quién pondría la tarjeta de crédito para comprar los boletos, sobre qué tendrían que hacer para salir seleccionadas por el monstruo de Ticketmaster para acceder a un boleto; la verdad, me impresionó. Fueron transcurriendo los días y comencé a darme cuenta de lo que Taylor Swift provocaba en mis amigas más cercanas. Haciendo algunas preguntas en reuniones, y en Instagram, concluí una cosa: todas las personas, principalmente mujeres, que habían contestado mis preguntas curiosas, me confesaron que son las historias que esta cantante cuenta a través de sus letras, lo que provoca lo que yo llamo el “sentir swfitie”.
Después de mi pequeña investigación, creo que fui víctima del marketing de Swift porque ahora tengo agregadas en mi playlist algunas de sus canciones cuando antes no tenía una sola. Sinceramente, me encantó lo que envolvía a Taylor y mis amigas. Saber que las letras de sus canciones las han acompañado en distintas etapas de su vida, me provocó un sentimiento de empatía y ternura. Conforme fui escuchando su música, era obvio que Taylor exponía su diario personal. Aborda temas que nos afectan a todas las mujeres, principalmente las consecuencias negativas del “amor romántico” y la violencia hacia nuestros cuerpos. Los medios han hecho burla de cómo esta joven mujer, con una larga trayectoria musical (comenzó a escribir las letras de sus canciones desde los 12 años), ha capitalizado su sentir, sus experiencias amorosas y hasta su postura política. Y creo que la crítica negativa de los medios hacia las canciones tan personales que escribe Swift viene de la misoginia y la invisibilización hacia el sentir de las mujeres.
Hace unos días una amiga compartió en Instagram el anuncio de una “Masterclass” para ahondar en las letras y la inspiración literaria de Taylor Swift, y lo que más llamó mi atención es que en el curso pretenden encontrar las similitudes entre Taylor, Silvia Plath, Keats, Jane Austen y la poesía del S. XIX. Esto me puso a pensar en que Taylor ha creado un universo de sus experiencias personales transformadas en arte. Siempre he creído que cuando las mujeres exponemos nuestros más íntimos pensamientos y experiencias generamos una suerte de historias compartidas que nos unen a otras mujeres.
La verdad es que no pude ignorar los innumerables privilegios que esta cantante tuvo desde niña: uno de ellos fue contar con un “cuarto propio” para escribir su música y sus diarios personales. No todas las mujeres pueden acceder a este privilegio. De hecho, fue muy interesante saber la opinión de aquellas compañeras a las que no les gusta Taylor; por ejemplo, algunas opinaban que: “no me gusta Taylor Swift porque no me siento identificada con una mujer rubia, que representa el rol de belleza que deberíamos seguir”. Otras me decían: “su propia imagen hace que no confíe en ella, siento que es falsa y es otra artista más creada por la industria”. Algunas otras me dijeron que en algún momento en los medios se leía que Taylor apoyaba a Donald Trump y estaba más ligada a los republicanos, cristianos y supremacistas en su país, y eso las hizo alejarse inmediatamente de esta artista. Aunque ahora sé que esa fue una de las muchas historias que se inventaron sobre ella, basta con escuchar su canción “Only the Young” y lo que hay detrás para conocer la verdad.
Sea lo que sea, Taylor representa lo que la industria musical hace a las mujeres, y lo que los medios pueden crear en torno a la imagen de una artista. Taylor escribe sus propias canciones, independientemente si nos gustan o no, el punto es que ella es la compositora, autora y productora de su propia música. Tiene un doctorado en artes, hace filantropía y además se rebeló contra un hombre y su disquera regrabando sus álbumes para poder recuperar los derechos de su música y alzar la voz sobre cómo no se recompensa ni se reconoce el trabajo de las y los artistas. A mí eso me parece valiente. Me parece valiente romper el molde de “niña buena”, de mujer que no dice nada y prefiere no meterse en problemas ni incomodar a nadie. Cierto es que romper estos moldes conlleva tener una serie de privilegios.
No soy fan de Taylor Swift, pero sí soy fan de las mujeres que sea cual sea su contexto rompen esquemas y van contra corriente. Taylor me parece un personaje para estudiar desde una perspectiva feminista, pues ha decidido hacer de sus experiencias más personales algo político, y desde su privilegio y contexto es resiliente en la industria de la música que, ciertamente, es machista.
Creo que las palabras compartidas entre mujeres generan redes para transformar realidades y a través de ellas se construyen puentes para conectarnos y entendernos. Aunque, la verdad, hay algunos “sentires swifties” que me sorprendieron, como el del Ministro Arturo Zaldívar de la Corte, quien se ha declarado fan de Taylor Swift en sus redes sociales, justificando que su gusto por Taylor tiene que ver con su postura a favor de la igualdad de género y la defensa de los derechos humanos. En fin, mientras siga votando a favor de sentencias que no afecten la autonomía de nuestras cuerpas, no tengo mucho que decir sobre su gusto musical, tal vez y hasta nos gusten las mismas canciones.
Fernanda (@Fer_Cass) es internacionalista-feminista en constante aprendizaje, apasionada por las redes, el actuar y la transformación colectiva. Ama comer y viajar con buena compañía.
23 agosto 2023