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Durante mi licencia de maternidad y en los meses que ha durado mi posparto me he encontrado despierta en horarios donde nadie más en mi casa lo está. Los primeros días, cuando me despertaba a amamantar, me encontré abriendo Netflix y viendo en mis recomendaciones Grey’s Anatomy, una serie que había comenzado a ver durante mis años en la preparatoria y abandoné tras las primeras temporadas.
Decidí darle una segunda oportunidad y comencé a verla desde el inicio. Lo primero que me cimbró fue lo mucho que mi perspectiva había cambiado. En mi época preparatoriana el personaje de Derek me parecía encantador, atractivo y básicamente perfecto. Después, al verlo desde el feminismo, me dieron ganas de gritarle a la protagonista, Meredith Grey, que corriera de la relación que tenía con ese hombre, porque si bien él parecía perfecto con su peinado estilizado, en realidad ejercía un gran número de violencias.
Es impresionante cómo la cultura popular nos coquetea todo el tiempo para idealizar personajes, relaciones y características que son nocivas especialmente para las mujeres. Por esto, el personaje de Cristina Yang, en este momento de mi vida, me avasalló por completo. Ella es una mujer competitiva que tiene definido su plan de vida: su trabajo es su prioridad y no le da miedo aceptarlo; de manera clara sabe y hace saber a sus parejas que en su futuro no hay hijes. A mi parecer, este personaje es el que más evoluciona a lo largo de la serie.
Estamos acostumbradas a personajes secundarios que sólo sirven de apoyo a las protagonistas, pero Cristina nos hace cuestionar esta preconcepción. De manera específica, es notable cómo se presenta el tema de sus abortos. Tras descubrir que está embarazada y segura de que no desea ser madre, agenda con una médica su aborto, sin dramas ni impedimentos burocráticos por parte del hospital. Qué importante es ver al aborto representado de esta forma: como un procedimiento seguro, elegido y deseado. Durante mi adolescencia, la única representación del aborto en la televisión fueron las escenas dramáticas de la película El crimen del padre Amaro.
Me parece fundamental que en los medios masivos y de cultura popular se presente la idea de que las mujeres podemos decidir no ser madres, independientemente de la pareja con la que estemos; es decir, que se trata de una decisión personalísima que no por estar con un “príncipe azul” va a cambiar. ¿Cuántas veces hemos escuchado decirles a las mujeres que no desean tener hijes que eso se debe a que no ha llegado el “indicado”? Ser madre o no serlo es igual de válido y es una decisión que como sociedad nos toca respetar.
Finalmente, me encanta cómo a lo largo de la serie Cristina se es fiel a sí misma. Es una persona que se conoce y reconoce sus límites. ¿Cuántas nos hemos sentido absortas por una relación, donde en ocasiones cambiamos para adaptarnos o satisfacer al otre? ¿Cuántas nos hemos hecho chiquitas para no incomodar? Por algo todo esto es la tesis del libro La mujer rota de Simone de Beauvoir.
Qué cosa tan bizarra es darte cuenta de cómo entiendes hoy una serie, a diferencia de cómo lo hacías 10 años atrás. Pero también qué gozada es ver que gracias al paso de esos 10 años ahora sabes que, en tu vida, tú eres el sol. Me quedo con la frase con la que Cristina Yang sale de la serie: “No dejes que lo que él quiera eclipse lo que tú necesitas. Es muy encantador, pero él no es el sol. Tú lo eres”.
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Melissa Ayala es abogada feminista y catadora de mezcal y chilaquiles. En su tiempo libre le gusta correr y sigue en busca del mejor chocolatin de la ciudad. Forma parte del equipo GIRE.
@melissaayala92
23 junio 2021