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¿Maternidad feminista?

septiembre 6, 2018

Durante la hora de la comida, entre el sonido del microondas anunciando un plato caliente y la entrada y salida de diferentes miembros del equipo de GIRE, surgió la conversación del “Día de las Madres”. Ocho mujeres, todas mamás y algunas abuelas, platicamos sobre las implicaciones de ser madre, ser feminista y ser madre feminista hoy en día. La conversación osciló entre el humor, la frustración y las reflexiones con conclusiones dirigidas a la reapropiación de un día con potencial de ser mucho más que rosas (“¡Ni me gustan!”, dijo una) y desayunos.

Todas estábamos de acuerdo: tras el montaje de un día de supuesto descanso para las mamás hay otra realidad: Tráfico desquiciante, filas enormes para entrar al mejor restaurante, flores que nunca dijimos que nos gustaban, gente por todos lados, festivales escolares que requieren nuestro dinero y esfuerzo. Todo esto sumado a que, además de las ocho horas que abarca la jornada laboral en la mayoría de los empleos, nos espera la faena de la elaboración del atuendo que lucirán nuestras hijas en el bailable que tanto ensayaron para nosotras. Y si a la familia se le ocurre celebrar en casa, igual y seremos quienes prepararen los alimentos con los cuales reconocerán nuestra dedicación y entrega al bienestar de los demás: si quieres que te celebren, ¡trabaja horas extra! Ok… empieza a sonar muy grinch, pero hay dos lados de la moneda.

Sí, hay quienes declaramos que en realidad odiamos los festivales del 10 de mayo, pero a otras les gusta la idea de que uno de los 365 días sea dedicado a la celebración de la maternidad. La mayoría admitimos que los festivales tienen su encanto, con todo y la chamba extra que implican, porque invitan a poner sobre la mesa la importancia de la maternidad deseada, el vínculo con las hijas, el disfrute de la lagrimita que se nos escapa cuando, envueltas en llanto y sonrisas, cantan para nosotras.

Más allá de los elaborados vestuarios, de lo emotivos que suelen ser los festivales y de los regalos descaradamente útiles para las labores domésticas, las madres feministas apostamos por la reapropiación de la maternidad elegida, la conciliación entre la vida laboral y la vida personal, el rompimiento del estereotipo que presenta a las mujeres como las únicas responsables del cuidado y la educación de los hijos, por erradicar el conflicto que se genera al ser madre y trabajadora, por derribar la idea de que la feminista y la madre son incompatibles.

En la mesa hubo consenso: no sólo son compatibles, sino que el feminismo es una herramienta clave en la crianza de hijos e hijas. “Me doy cuenta de que gracias al feminismo es posible dejar de repetir la historia de ‘me embaracé, me casé, me chingué’ porque estamos construyendo nuevos escenarios para que las mujeres podamos elegir”.

El feminismo en la cotidianidad de las madres es una herramienta para la educación, para aprender a respetar a las mujeres que son como nosotras no queremos ser, para mostrar que se puede ser hombre feminista, incluso para sorprendernos por las actitudes que nuestros hijos tienen fuera del entorno familiar: “Mamá, me peleé con la maestra porque dijo que los niños no pueden pintarse las uñas”.

Gracias al feminismo reconocemos que lo que practicamos en casa tiene un impacto afuera, aun cuando el contexto esté plagado de machismo, misoginia y violencia: “Mi hijo puede expresar mi feminismo en espacios más allá de nuestra familia”. Y también, gracias al feminismo, sabemos que la crianza es colectiva porque todo lo que hacemos como mujeres, madres y feministas, abona al ejercicio de los derechos con libertad.

Pero esa libertad se ve coartada por las condiciones laborales ya que, por un lado, nos celebran una vez al año, pero el resto de tiempo debemos sortear el hecho de que la conciliación de la vida laboral con la personal sigue plagada de estereotipos y, en general, las empresas nos siguen castigando por ser madres: horarios incompatibles con la escuela, las pocas facilidades que se otorgan a los hombres para que se involucren en la crianza, guarderías que no permiten el acceso a hijos e hijas de los hombres que no sean viudos o divorciados con la patria potestad (es decir, que no tienen una mujer que atienda “lo que le corresponde”). Es en este escenario que apostamos por una maternidad elegida y, sí, feminista.

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